CLICHÉS ANTILIBERALES
La idea de que el mercado equivale a desprotección es uno de los clichés más importantes de la política moderna. Abordaremos en esta serie algunas de sus diversas facetas, pero conviene empezar por la idea misma, que se plasma en lugares comunes como el que asegura que en el mercado estamos “abandonados”.
La expresión es tan habitual como asombrosa. ¿Abandonados? Nunca estamos abandonados en el mercado, que es, como escribió Benedicto XVI en Caritas in Veritate, “la institución económica que permite el encuentro entre las personas, como agentes económicos que utilizan el contrato como norma de sus relaciones” (puede verse un análisis en Panfletos Liberales III, LID Editorial, 2013, págs. 271-277).
El mercado es, pues, lo contrario del abandono. Es un lugar de encuentro y acuerdo, de aquiescencias y consensos. Nunca estamos abandonados allí donde ejercemos nuestros derechos y libertades. Hablar del mercado como del abandono se asemeja a otra metáfora absurda que lo identifica con la ley de la selva, cuando en ninguna selva hay mercados, precisamente porque allí rige la ley de la selva, y no puede haber mercados sin ninguna seguridad jurídica.
Pero si no estamos “abandonados en el mercado”, ¿qué sentido tiene el cliché?
Tiene el sentido de la propaganda, de dar por sentado que la libertad es mala. Y si es mala, entonces lo bueno será la coacción. Este es el objetivo de la consigna: hacer que temamos la libertad, porque con ella, cuando somos personas responsables y dueñas de nuestro destino, allí somos personas “abandonadas”. Obviamente, la conclusión es que no debemos ser libres, y ¿quién será el ente benéfico que nos vedará la libertad y nos “acompañará” por nuestro bien? El Estado.
Benjamín Constant percibió que esto requiere la distinción entre la libertad de los antiguos y la de los modernos. La libertad de los antiguos era la libertad de participar en el gobierno de la comunidad. La libertad de los modernos, en cambio, es la libertad de que el gobierno de la comunidad no viole la libertad de los individuos para gobernarse a sí mismos.
De ahí la paradoja de que el intervencionismo, que se presenta como avanzado y progresista, remita a los órdenes más arcaicos. De ahí la fascinación que sentía Rosa Luxemburgo por la economía de Carlomagno, donde todo estaba regulado. De ahí el asombro de Marx, que observó que había reglas dentro de las empresas, pero fuera de ellas parecía haber un caos: parecía que, en efecto, la gente estaba abandonada. No era así, claro. Lo que sucede es que el orden de la libertad en sociedades complejas requiere que el poder “abandone” a sus súbditos.
El cliché que demoniza el “abandono” del mercado en realidad significa que lo malo es estar abandonados por el poder. Es decir, abandonados por la coacción política y legislativa. Es decir, ser libres.