Muchos economistas creemos que el crecimiento económico necesita libertad, derechos de propiedad, apertura comercial y mercados flexibles. Pero Zimbabue lleva varios años creciendo más que Hong Kong, la economía más abierta del mundo, y el país africano es un desastre institucional: las autoridades violan la propiedad, establecen elevados aranceles frente a las importaciones, intervienen profusamente en los mercados y han creado un enorme y creciente sector público. ¿Qué está pasando? Intenta responder Craig J. Richardson, un experto en la economía zimbabuense, en un documento del Cato Institute (http://goo.gl/jdxFt).
Fue el propio Adam Smith el que señaló que la energía de las personas es capaz de superar los daños ocasionados por los políticos, como cuando un enfermo se cura no gracias sino a pesar de las absurdas recetas del médico. Algo así ha sucedido en Zimbabue: sus mandatarios desataron contra los ciudadanos el terrible castigo de la hiperinflación, que llevó a que la economía del país se redujera en 2008 nada menos que a la mitad de lo que era en 2000.
Pero en 2009 el Gobierno decidió dejar de causar ese daño, y lo hizo de la mejor manera posible: quitándose de en medio. En efecto, la moneda nacional fue suprimida y se adoptaron dos monedas oficiales: el rand sudafricano y el dólar estadounidense. La inflación se frenó abruptamente, con su predecible impacto positivo sobre el crecimiento. Ahora bien, como el deterioro institucional no ha sido revertido, es necesario plantear hipótesis adicionales al final de la inflación para dar cuenta del gran crecimiento que tuvo lugar en los años subsiguientes.
Richardson menciona tres factores externos que han contribuido a impulsar dicho crecimiento, pero, al revés que la recuperada estabilidad de precios, de modo artificial. Primero, el gran incremento de la deuda exterior, motivado por la expansión del gasto público y la falta de financiación local; segundo, el aumento de la ayuda exterior; tercero, la concentración de la actividad en las materias primas, y en especial los recursos minerales no renovables, con el retroceso de los sectores agrícola e industrial del país, otrora avanzados y después gravemente dañados por las políticas socialistas, corruptas y expropiadoras del régimen de Robert Mugabe.
La situación, pues, no invita a pensar en un horizonte de crecimiento perdurable, sino más bien al contrario, porque esos tres factores no tienen fácil continuidad, ni siquiera sus valiosos minerales: se ha estimado que aunque el país vendiera hoy todos los derechos de la explotación futura de sus diamantes, su oro y su platino, no podría pagar todas sus deudas.
Por lo tanto, si el crecimiento de Zimbabue se va a mantener, los gobernantes deberán dejar de seguir menoscabando el marco institucional del país con sus políticas antiliberales.
Zimbabue lleva años creciendo más que Hong Kong, la economía más abierta del mundo