Tino Sanandaji y Peter T. Leeson publicaron en el Research Institute of Industrial Economics de Estocolmo un estudio sobre los milmillonarios; es decir, no los simplemente ricos, sino los que acumularon la enorme fortuna de mil millones de dólares fundando o engrandeciendo una empresa nueva (http://goo.gl/56XPc). Como era de esperar, son pocos: encontraron apenas un millar en 51 países: son personas como Bill Gates, Steve Jobs, Michael Dell o Mark Zuckerberg. O nuestro Amancio Ortega. Y se preguntaron: ¿dónde están y por qué están donde están?
No sorprende que estén en Estados Unidos y otros países desarrollados. En EEUU son apenas el 0,0008% de la población, pero generan el 1,3% de su riqueza. En ese país, y en todo el mundo, los empresarios pequeños, y en particular los autoempleados, son muchísimos más: en EEUU generan 28 veces más riqueza que los milmillonarios, pero son 61.000 veces más numerosos. La tesis de Sanandaji y Leeson es que los pequeños empresarios autoempleados predominan en los países pobres, mientras que los empresarios milmillonarios lo hacen en los ricos: en Hong Kong hay 2,8 milmillonarios por cada millón de ciudadanos, mientras que en Nigeria hay 0,007 por cada millón.
Los autores citan a William Baumol, en el texto que vimos en el artículo anterior, y subrayan que en los países pobres hay muchos pequeños empresarios cuyo objetivo es principalmente huir del Estado. Puede suceder, por tanto, que Estados arbitrarios (no necesariamente los más grandes) tiendan a generar una sobreoferta de empresarios, lo que económicamente no es eficiente, porque no se trata de personas que quieren innovar y crecer, sino ¡sólo escaparse!
De ahí que los milmillonarios puedan florecer en países muy intervenidos pero cuyos Estados dejan al mercado funcionar libremente en una mitad de la economía. La seguridad en la propiedad (aunque represente la expropiación de la mitad) puede incluso sobreponerse al intervencionismo y generar riqueza, pero no es riqueza debida a la intervención (véase el capítulo 5 de El liberalismo no es pecado, Deusto).
La conclusión es que el autoempleo empresarial puede ser un indicador negativo, puede reflejar inseguridad jurídica más que dinamismo económico. Dicen Sanandaji y Leeson: “Los políticos interesados en incentivar a los empresarios como medio para fomentar el desarrollo económico deberían centrar su atención en las instituciones que promueven a los grandes empresarios más que en ocuparse, en primer lugar, de crear empresarios per se”. Esta promoción, habitual en numerosos países, se hace con dinero público, lo cual conspira contra los empresarios genuinos: “imponiendo costes adicionales sobre los proyectos empresariales productivos, estas medidas desaniman la creación y crecimiento de empresas productivas, algunas de las cuales pueden producir milmillonarios”.