Se atribuyeron los pésimos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) a la austeridad y se levantaron voces de alarma ante los llamados antisistema. Mi opinión es diferente: los antisistema son sistemáticos, y el paro no se debe a la austeridad pública.
Parece adecuado calificar de antisistema a unos malhechores que atacan a la policía y perturban la ley y el orden. Pero el asunto es más complicado, porque ‘ley y orden’ en nuestros días apuntan a un ‘sistema’ que se parece poco al que tenemos en la cabeza cuando pensamos en ley y orden, en el sentido siguiente: es tan enorme el intervencionismo de nuestro tiempo que es capaz de deglutir toda protesta, fagocitarla y convertirla en combustible para el propio intervencionismo.
Así, ante el asedio del Congreso, nuestro ánimo comunitario se rebela y se pone instintivamente del lado… del sistema. Los políticos que suben los impuestos, recortan las libertades y generan los problemas que denuncian los antisistema –es decir, los que están dentro del Congreso, y del sistema– salen paradójicamente beneficiados de disturbios y escraches (acosos).
Incluso la izquierda, siempre crítica con el sistema, aprovecha las protestas para consolidarse. Los comunistas incluso se legitiman estando tanto dentro como fuera del Congreso. Y hasta paradigmas del antisistema, como doña Ada Colau, al desmarcarse de la finalmente fallida protesta del pasado jueves, pudo neutralizar parte de las críticas recibidas: ya se acerca más al sistema, con lo que ella se fortalece y el sistema también.
Parecida distorsión en favor en última instancia del poder se produjo a raíz de los terribles datos del paro. La conclusión mayoritaria fue: basta de austeridad, que los políticos promuevan el crecimiento. Pero no ha habido austeridad en el poder, sino casi en exclusiva en las carteras de los ciudadanos: es el gasto privado el que ha sido machacado por los impuestos de Smiley y Barbie, no el público. Si este último es ajustado –poco, tarde y mal–, es porque el irresponsable ritmo de su aumento lo tornó insostenible.
Pero nada de esto recoge el pensamiento único, que ha inventado el ‘austericidio’, despotrica contra la ‘sacralización’ del control del déficit, y exige (entre improperios contra Merkel, que es la gran culpable, ya se sabe) que los gobiernos se dejen de reformas y adopten por fin políticas de estímulo.
Es decir, vuelven a legitimar a los propios políticos. “¿A qué esperan?”, tituló un diario. Eso es exactamente lo que necesitan: que se les reclame acción. Aunque resulte agresivo, en realidad eso les permite diluir su responsabilidad en el paro que han provocado sus subidas de impuestos, su falta de austeridad y su falta de reformas, y los convierte en protagonistas de una recuperación que, cuando se produzca, alegarán que lo hace gracias a ellos, y no a su pesar.
Los políticos salen paradójicamente beneficiados de los disturbios y acosos