He sido uno de los pocos economistas que ha criticado en público las ideas económicas equivocadas de José Luis Sampedro cuando estaba vivo –pueden consultarse los diferentes volúmenes de Tonterías Económicas y Panfletos Liberales, incluido el volumen III, de próxima aparición, todos ellos en LID Editorial–. No cometeré la falta de elegancia de criticarlo ahora, cuando acaba de morir. Me limitaré a señalar dos notas del pensamiento único que han refulgido en los comentarios a que ha dado lugar su fallecimiento: el compromiso y los perdedores.
Cada vez que muere alguna figura cara a la izquierda florece la idea del compromiso. Pero, ¿por qué sólo están comprometidos los izquierdistas? El Diccionario de la RAE no dice nada que invite a asociar el compromiso, en el sentido elogioso de cumplimiento de la palabra, con la izquierda o el antiliberalismo. Y, sin embargo, cuando murieron Hayek o Friedman, por nombrar sólo a dos economistas célebres, a nadie se le ocurrió elogiarlos por su compromiso. Al contrario, se les reprochó su cercanía o complicidad con Pinochet. En cambio, cuando muere algún favorito del progresismo que haya simpatizado con las dictaduras comunistas o no las haya atacado (y son legión), ese compromiso jamás es subrayado ni censurado. Se da por sentado que si uno es antiliberal, su biografía es una impecable sucesión de actitudes heroicas y generosas.
Esto es tan disparatado que se ha ido elaborando y afinando la mentira, lo que resulta bastante comprensible. No se puede, por ejemplo, glorificar a alguien por su “valiente compromiso con los regímenes comunistas”. Entonces, la propaganda da un giro y los antiliberales son aplaudidos por su compromiso con los “perdedores”.
El metalenguaje aquí apunta a la identificación de perdedor con pobre, y de éste con el mercado capitalista. Se trata de una farsa que reproduce el viejo dogma de la lucha de clases, hijo a su vez de la ficción antiliberal por excelencia: la suma cero, el bulo según el cual la pobreza es ocasionada por la riqueza, igual que la derrota propia es consecuencia de la victoria ajena.
Otra derivación de este mito es que la izquierda está con los perdedores como la Madre Teresa de Calcuta estaba con los más pobres. Por supuesto, esto no es así: los ídolos de la izquierda jamás viven en los leprosarios. Es habitual encontrarlos, en cambio, rodeados de comodidades y en los mejores lugares del planeta. No buscan a los perdedores, sino al poder, que no es lo mismo. Leí una buena muestra de esta intoxicación pseudoprogresista en un comentario que elogiaba a José Luis Sampedro por su “lucha contra el hambre, la pobreza y las desigualdades”. Dirá usted: pues claro, es que luchó contra el comunismo. Pues no parece, la verdad.