Union Editorial y Editorial Innisfree, con prólogo de Jorge Valín, publican este clásico de 1884, aunque su autor, el sociólogo victoriano Herbert Spencer, señala que la idea matriz se le ocurrió en 1860: "Al incremento de libertad teórica seguiría un decrecimiento de libertad de facto".
Un momento, dirá usted, aquí están mal las fechas. Pero no. Este libro denuncia que en el siglo XIX, el siglo "liberal" por excelencia, empiezan los avances políticos que van "restringiendo al ciudadano en esferas donde sus acciones eran anteriormente libres y obligándolo a acciones que previamente podía realizar o no, según su deseo". Con notable anticipación acuña la expresión "neoconservadores", es decir, lo mismo que ahora, personas de derechas que confluyen con la izquierda en su antiliberalismo, tal como hemos visto a Bush, Sarkozy o Rajoy gobernar igual que los socialistas, subiendo los impuestos o recortando las libertades, y alegando que no les gusta pero deben hacerlo, por nuestro bien; les agrada presentarse como liberales (¡alguno incluso presumió de austriaco!), olvidando que, como dice Spencer, el liberalismo representa "la libertad individual contra el Estado coercitivo".
Ya en el siglo XIX se gestaron argumentos hoy incuestionables, como que el Estado debe subvencionar la investigación o establecer regulaciones de todo tipo, laborales, industriales, comerciales, sanitarias, etc. Ya entonces alumbró la gran fantasía buenista del intervencionismo actual: "Todo sufrimiento social puede remediarse, y el deber de todos es remediarlo", es decir, aceptar cualquier coacción pública con esa excusa. Para Spencer se trata de la amenaza del socialismo, que no es menos grave si viene revestido democráticamente, porque la libertad puede padecer tras los votos: "La verdadera cuestión reside en comprobar si las vidas de los ciudadanos se encuentran tan limitadas como lo estuvieron anteriormente". Defiende la libertad negativa, y denuncia que "todo socialismo implica esclavitud", también el democrático: no define la esclavitud como sujeción a un amo en concreto sino como porcentaje del trabajo de cada uno que nos es arrebatado. Podemos, así, ser esclavos de la sociedad. Y se trata de una servidumbre no menos real porque cuente con respaldo electoral.
Anticipa el siglo que vendrá: el Estado será cada vez mayor, porque "cada nueva injerencia del Estado fortalece la clásica presunción de que es un deber del gobierno ocuparse de todos los males y asegurar el mayor número de bienes". El intervencionismo supuestamente humanitario lleva a un creciente control público de la vida personal y familiar.
Pacifista, anti-imperialista y librecambista, Herbert Spencer denunció a los que ya entonces, como nuestros socialistas vegetarianos de hoy, apoyaban el libre comercio pero no el laissez-faire. No defendió el "darwinismo social" sino la solidaridad libre y voluntaria. Y negó que el Estado "creara derechos", e incluso que resolviera realmente problema alguno: "El Estado aumenta con una mano los males que con la otra intenta disminuir".
El intervencionismo supuestamente humanitario lleva a un creciente control de la vida personal