Leo en la prensa: "Robespierre ha sido rehabilitado como uno de los personajes más generosos y nobles de la Revolución Francesa". La rehabilitación era imprescindible por culpa de "la derecha de todos los tiempos", que emprendió "una campaña de condena sistemática" del bueno de Robespierre. José María Ruiz Soroa apuntó que en la bondad de Robespierre estriba precisamente el problema, porque "sustituyó la política por la moral, y decidió hacer virtuoso a un pueblo entero, quisiera o no". Gentes como él "fueron virtuosos implacables… personas cuyos esfuerzos por traer el bien a la tierra llevaron al mal del Terror".
Mientras esperamos que los comunistas rehabiliten a Stalin, igual que mintieron al contrastarlo con un supuestamente apacible Lenin, e igual que llevaron la mendacidad al paroxismo canonizando al Ché Guevara, la maniobra sobre Robespierre tiene interés no sólo como intentona del socialismo más carnívoro sino también como iluminación del intervencionismo más vegetariano.
Lo primero que hay que señalar es que este ardid está lejos de ser novedoso: la izquierda lleva muchos años con esto, como se observa en el prólogo reivindicativo que escribió Jaume Fuster para su traducción de Robespierre (La revolución jacobina, Barcelona, Península, 1973) que no fue, asegura, un "vampiro bebedor de sangre" sino "un apasionado utopista, defensor del pueblo, capaz de decir, en un mundo que todavía no estaba preparado para oírlas, frases como: ¿Hasta cuándo el furor de los déspotas será llamado justicia y la justicia del pueblo, barbarie o rebelión?".
Toda la trampa está allí resumida: a Robespierre lo arrastró la pasión, la utopía en defensa del pueblo. Un pueblo masacrado entonces como lo fue reiteradamente después por otros "apasionados utopistas". Los crímenes de la Revolución Francesa son púdicamente ignorados porque, claro, el mundo no estaba preparado… Pero el fondo de Robespierre es bondadoso, como se ve en la espeluznante frase que recuerda Fuster, que es sistemáticamente repetida por los totalitarios de cualquier laya, que proclaman que la violencia brutal y asesina es…la de los otros.
Para llegar a esa ficción es crucial el análisis colectivista, organicista y sectario. De ahí la relevancia de Rousseau y su voluntad general, de los antiguos filósofos griegos con sus fantasías virtuosas a la hora de organizar la sociedad, y de la división tajante en clases irreconciliables, típica del socialismo de todos los partidos, y típica de Robespierre: "Francia está dividida en dos partes: el pueblo y la aristocracia". A partir de ahí no hay que objetar si el pueblo incendia castillos, hay que aplaudir los más delirantes controles económicos, y la persecución y la represión más escalofriantes. Y, para salvar la República, es imprescindible matar al rey, de lo que Fuster se felicita y atribuye a la "firmeza" de patriotas como Marat, Saint-Just, y Robespierre. Rehabilitando… ¡firmes!
Los crímenes de la Revolución Francesa son ignorados porque el mundo no estaba preparado