Holmes y otros sabuesos

Sherlock Holmes cobraba lo mismo a todos, o no cobraba nada. En una profesión tan discreta como la investigación privada ¿no podría haber un abanico según la dificultad? Sabemos que Holmes no era un hombre acaudalado: de hecho, como no podía pagar los gastos del piso en Baker Street a la casera, la Sra. Hudson, se buscó un compañero: el doctor Watson.

En teoría, cuanto más valiosa fuese la productividad de Holmes para su cliente, más variable podría ser su retribución. Pero Holmes no discriminaba, ligando sus honorarios al valor del caso, o a la existencia de medios del demandante. Ahora bien, es claro que, como me sugiere Benito Arruñada, no cobrar a humildes es una forma de discriminación; y quizá deseaba trabajar pro bono también para darse aires de artista y persona desinteresada. Esto es verosímil, porque Holmes (y aún más su hermano mayor y aún más listo, Mycroft, que trabajaba, nadie es perfecto, para el Gobierno) apreciaba los desafíos intelectuales, y había en él algo de aloofness, aunque cobraba por resolver sus casos. El que también cobraba era Watson, que dejó 221B Baker Street, se casó, y montó una consulta privada -por cierto, Arthur Conan Doyle abandonó la medicina por la literatura...en su caso mucho mejor pagada-, y Holmes llegó a tener los suficientes medios como para retirarse al campo y dedicarse a la apicultura, aunque tampoco sabemos si como afición o como negocio.

Creo que no hay mucho material para el análisis económico en Agatha Christie, aunque aparecen, por supuesto, motivos económicos en los asesinatos que resuelven Hércules Poirot y la señorita Marple. Sospecho que tampoco hay demasiado en el sobrio (a menudo sórdido) mundo del comisario Maigret, ni en el entrañable personaje del padre Brown.

En cambio, se habla de dinero en las historias que Rex Stout inventó sobre el extravagante detective Nero Wolfe, que pesa 150 kilos y casi nunca sale de su apartamento neoyorquino de la calle 35 Oeste, donde tiene todo lo que necesita: cerveza, orquídeas y un excelente cocinero, llamado Fritz. Parece estar al margen de la economía, pero cobra mucho y necesita el dinero, porque todo el rato lo subraya su ayudante, Archie Goodwin, que lo fuerza a aceptar casos indignos de su inteligencia. Goodwin, para más rareza de la literatura policial, es un asalariado del detective.

Dos aspectos de esta literatura pueden ser relevantes para la economía. Uno es que los detectives casi nunca están casados ni tienen hijos, lo que también sucede con un puñado de grandes economistas desde Adam Smith. Y otro es que siempre aciertan, cosa que está lejos de ser verdad en el caso de los economistas, quizá porque no han aprendido la base de los detectives: el sospechoso no suele ser el culpable.

Los detectives casi siempre aciertan, cosa que no siempre ocurre con los economistas