He vuelto a ver, en EXPANSIÓN y en TheEconomist, la lista de los mejores MBA del mundo. Y he vuelto a pensar que algo falla en el habitual diagnóstico sobre el fracaso de nuestro "modelo educativo".
Dirá usted: la educación en España es mala, lo dice el informe PISA, que siempre subraya la calidad de la educación en Finlandia. Pero usted no podrá nombrar ninguna universidad finlandesa, mientras que todo el mundo conoce las universidades de Chicago o Harvard. Y no hay ningún MBA finlandés entre los 25 mejores del mundo, aunque en esa lista hay ¡tres de España! Nuestro país es el segundo con más MBA, después de Estados Unidos. Por otra parte, EEUU destaca en algunas de sus universidades, no en todas, y al mismo tiempo su educación primaria y secundaria no es sobresaliente: a menudo se apunta que sus resultados son peores que los registrados en países asiáticos, donde no hay universidades como la de Columbia.
En otras palabras, no existe "la educación" de un país, sino que en cada país hay centros educativos en diversos niveles y con resultados también variados. Conozco las universidades de nuestro país, y sé que no hay ninguna entre las mejores del mundo. Pero mi pregunta es: ¿se debe ello a que son españolas? No, porque hay instituciones educativas españolas extraordinarias. El IESE ocupa el puesto número 9 entre los 25 MBA más importantes del planeta: está por detrás de Chicago y Harvard, sí, pero por delante de nombres muy destacados como Wharton o el Insead. Y en el IESE son españoles, como en Esade o el Instituto de Empresa, que figuran más abajo en la lista.
Entonces, no nos pasa nada malo como país en la educación, sino que las condiciones institucionales en las que funciona el IESE se parecen a las de Chicago, y no se parecen a las de nuestras universidades.
Cualquier universidad española, si tuviera las instituciones de Harvard, podría ser excelente, y seguiría siendo española. Pero sería una universidad privada, gobernada por un patronato de donantes, donde nadie más tomaría las decisiones; los profesores no serían seleccionados por ellos mismos sino por un comité de contratación; los alumnos pagarían el coste de su educación, y habría becas en función de la dedicación y el rendimiento; los contribuyentes no pagarían nada, y ningún burócrata, ningún político, ningún sindicalista, y ninguna entidad oficial nacional o extranjera tendría nada que decir sobre cómo se organiza la Universidad, ni sobre las matrículas, ni sobre la selectividad, ni sobre los programas, ni sobre las carreras, ni sobre nada; habría menos y mejores estudiantes, y habría menos y mejores profesores. Y podríamos hacer el ejercicio inverso: imaginar que sucedería con la Universidad de Chicago si mañana… Dios Santo, prefiero no pensarlo.
El IESE no funciona bajo las condiciones de universidades españolas, sino bajo las de Chicago