Paul Krugman insiste en que las políticas monetarias expansivas no padecen inconveniente alguno ahora, porque no hay inflación. Con este argumento pasa algo similar a la defensa por parte de Smiley de la expansión del gasto público durante su Gobierno. En efecto, durante los años de la burbuja los socialistas sacaban pecho porque "extendemos derechos", y ahora alegan inocencia porque en esos años el déficit se redujo, incluso hubo superávit, y bajó el porcentaje de deuda pública sobre el PIB. Los secunda Krugman: "España no se metió en problemas porque sus Gobiernos fueran derrochadores".
Esto parte de la base de que la senda de gastos e ingresos es análogamente perdurable, lo que es absurdo; y parte de nuestros males deriva de que los políticos aumentaron irresponsablemente el gasto público. Asimismo, no es verdad que no pasó nada con la expansión monetaria: la deflación y la caída de los tipos de interés se interrumpieron a mediados de 2009. En cambio, la recuperación económica, que supuestamente iba a ser garantizada por esa expansión, y por la del gasto, ha sido débil en algunos países y se ha revertido en otros, como en España. Asimismo, la masiva compra de deuda pública no solo no ha resuelto los problemas sino que los puede agravar en el futuro, si las autoridades monetarias deben vender esos títulos.
La segunda idea que enlaza al Nobel y a Smiley es el pretendido efecto benéfico ineluctable de la expansión de la demanda. En su combate contra la "secta de la austeridad", Krugman ha subrayado que todos los que piensan que el iPhone 5 puede ser una buena noticia para la economía son keynesianos, lo admitan o no, porque creen que el Estado debe gastar más en una economía deprimida, y no menos.
Según él, lo que importa del nuevo ingenio de Apple no es el producto en sí, sino simplemente el hecho de que la gente gaste. En efecto, como dijo el propio Keynes, la cosa es gastar, gastar en cualquier cosa, en enterrar botellas para desenterrarlas después: la demanda es lo que falta, sostenía Keynes y sostiene Krugman, y todo lo que la impulse servirá para reducir el paro. Ésta es exactamente la misma falacia que defendió Smiley cuando, en vez de reducir el gasto público lo aumentó con el Plan E. ¿No era de puro sentido común gastar más precisamente en la construcción, el sector donde más aumentaba el paro?
Pues no, no lo era, porque la crisis derivaba de una sobreinversión alimentada por el intervencionismo, y lo necesario era facilitar la recomposición de una estructura productiva desajustada, y no echarle gasolina al fuego. No hay que gastar en cualquier cosa, sino facilitar el ahorro y la inversión reduciendo el gasto y los impuestos, es decir, justo al revés de lo que piensa el ilustre tándem.
No hay que gastar en cualquier cosa, sino facilitar el ahorro y la inversión