La desigualdad de las personas es patente, pero, como dice Ludwig von Mises, esa desigualdad es necesaria y productiva. La desigualdad lleva a la vida social, a la división del trabajo y el comercio, y a la resultante prosperidad. Según el economista austriaco, no podemos tener una economía moderna y compleja, en la cual la gente pueda desarrollar sus talentos únicos, sin que esa gente logre resultados desiguales.
Mises recuerda el liberalismo clásico y la idea de que las personas nacemos iguales en derechos. Eso no era así antes del capitalismo, cuando los hombres poderosos subyugaban a las masas y había una jerarquía servil en la que los de arriba se servían de los de abajo.
El capitalismo cambia todo esto, porque en el capitalismo las personas más dotadas no pueden aprovecharse de su superioridad sin servir a los demás, porque es la mayoría del pueblo la que, con su libertad, decide quién se beneficia más y quién menos. Las personas corrientes son los seres superiores en el capitalismo, que por eso siempre suscitó la inquina de los intelectuales, que desprecian a la gente corriente.
Por eso el capitalismo no explota a los ciudadanos. El anticapitalismo, sí.