A menudo se señala que los políticos son malos gestores, y que el Gobierno mejoraría si estuviera ocupado por directivos preparados y talentosos.
Esto es un error que proviene de identificar la política con la sociedad civil, cuando son radicalmente diferentes porque el Estado es el monopolista de la violencia legítima, que nadie puede ejercer sino él. Precisamente por eso es necesario limitarlo, cosa que no sucede en la sociedad civil, a donde a nadie se le ocurriría impedir que una empresa vendiera más, o que Rafa Nadal no ganara más trofeos.
El problema fundamental de la política, por tanto, no es la gestión sino los principios, empezando el respeto a los ciudadanos, a sus derechos y a sus libertades.