Una antigua ficción sostiene que el Fondo Monetario Internacional es un ejemplo del liberalismo o incluso, como dice el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, de «fundamentalismo de mercado», nada menos. En realidad, nunca lo ha sido. El FMI es una burocracia fundada y controlada por políticos, cuya función consiste en facilitarles la vida a esos mismos políticos, principalmente, prestándoles dinero cuando nadie más les presta. Es verdad que insiste en controlar el déficit público: no podría hacer otra cosas, porque en caso contrario los Estados jamás le devolverían nada. Pero en su mensaje de control del déficit nunca se concentra en la reducción del gasto, sino, precisamente, en la subida de impuestos. Por lo tanto, el que el FMI recomiende castigar todavía más a los contribuyentes no es ninguna noticia. La noticia sería que recomendase lo contrario.