Llego a Sotogrande y el paisaje ha cambiado. En el mar, se recorta la imponente silueta del megayate, sobre el que se tejen tantas historias y rumores que no haré caso de ninguno, y me limitaré a llamarlo el buque fantasma. Resulta, en todo caso, un espectro peculiar, porque es imposible no verlo. Allí está, majestuoso, callado, y altivo, como si fuera consciente de la admiración y las habladurías que suscita.
Pero si el horizonte del mar no es el mismo, interrumpido por el buque fantasma, también el paisaje en tierra es diferente, con las mascarillas como símbolos del virus, que tanto daño ha causado.
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