En su reciente discurso en el Bundestag, dijo Benedicto XVI: “es evidente que en las cuestiones fundamentales del Derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre, el principio de la mayoría no basta”. En efecto, no basta, pero ¿con qué completarlo o condicionarlo? El Papa se hace fuerte en primer lugar distinguiendo al cristianismo de las demás religiones, porque no se apoya en el derecho religioso sino en la filosofía, la razón y la naturaleza. Pero el positivismo arrincona el derecho natural y la doctrina católica en una singularidad aislada poco menos que vergonzante. La razón, por su parte, es reducida en el positivismo solo al consecuencialismo de lo funcional. La insuficiencia de este enfoque es patente, y el Papa invita “urgentemente” a una discusión sobre el puente entre moral y Derecho, volado por el positivismo, que relega ethos y religión a lo subjetivo. Se pregunta: “¿cómo se lleva a cabo esto? ¿Cómo puede la razón volver a encontrar su grandeza sin deslizarse en lo irracional?”. Plantea la salida de una ecología humana: “También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo”. Es verdad. Pero si la naturaleza del ser humano no puede ser violada, es claro que tampoco pueden serlo su libertad, su propiedad y sus contratos voluntarios. La cuestión, pues, es cómo puede aceptar la política democrática tantas restricciones al ejercicio de su poder.