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Aclaración (y gracias)

Pido disculpas a todos los que se sintieron ofendidos por mi último artículo sobre los niños robados, publicado el martes pasado aquí en LA RAZÓN. Lamento y protesto porque algunos han dado a entender que yo negaba la posibilidad del robo de ningún niño, con lo que se facilitaba mi retrato como un fanático cruel e inescrupuloso, algo que parecía incuestionable dados los casos concretos y demostrados de esta clase de robos. Algunos se precipitaron a apuntarse a ese carro: a quejarse, con toda razón, y me disculpo ante ellos, pero también a insultarme. Para cualquiera que me conozca y me haya leído, resultaba claro que no podía ser esa mi intención. Quiero presentar tres defensas. Primero, de las víctimas. El robo es un delito identificado desde hace milenios: es apoderarse con ánimo de lucro de lo que es ajeno por medio de la violencia. Si, además, lo ajeno es un niño, el delito es gravísimo y sus víctimas deben ser amparadas. Segundo, defiendo a la Iglesia Católica, injustamente acusada de perpetrar miles de actos tan inmundos: tal era el fondo de mi artículo, que mantengo. Tercero, defiendo la adopción, una institución doblemente generosa, por parte de quien cede y de quien adopta una criatura. Temo que un resultado indeseable de los procesos contra estos robos sea la descalificación genérica de la adopción. Pienso que es muy importante distinguir entre la adopción y el repugnante hecho del robo de niños.

(Paréntesis sólo para internautas, porque fue en la red donde el insulto y la difamación alcanzaron sus mayores cotas. En una bonita muestra de la vieja teoría de las consecuencias no deseadas, la campaña dio como resultado un notable incremento de mis seguidores. Muchas gracias.)

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