Así resumió el panorama La Razón: “La coalición social-comunista pone en riesgo la solvencia de España”. Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, paradójicamente no es capaz de responder a la insolvencia.
El peligro para la economía española son dos criterios de Podemos que potencian sendas tendencias antiliberales que caracterizan habitualmente al socialismo. Una es la expansión del gasto público, que no sería financiable usurpando el dinero de los ricos, con lo que su coste sería descargado sobre la masa del pueblo. Particularmente insidioso es el ataque contra los planes de pensiones privados, recortando o eliminando sus deducciones, y empobreciendo así a millones de trabajadoras que han apostado por la independencia y el ahorro.
La segunda senda antiliberal que sería potenciada por la alianza de socialistas y ultraizquierdistas sería el retroceso en las libertades microeconómicas. La agencia Moody’s, según subrayó nuestro periódico, puso énfasis en la contrarreforma laboral, que, a cambio de reforzar el poder de los sindicatos, castigará a la clase trabajadora con un desempleo mayor.
Otro punto importante es el recorte de derechos en el mercado de la vivienda. Esta vieja querencia fascista de los llamados progresistas perjudicará a las familias trabajadoras, encareciendo y dificultando la compra y el alquiler de viviendas para la gran mayoría de los ciudadanos.
Sumando el conjunto de dislates intervencionistas que cabe esperar de un gobierno de la izquierda con la ultraizquierda, se comprenden las advertencias inquietantes y los planes de fuga de los inversores. La parte mala de todo, como siempre, será pagada por los millones que no pueden fugarse.
Es imposible que Warren ignore todo esto. ¿Por qué lo va poner en práctica? Creo que la razón fundamental es que todas las inquinas entre PSOE y Podemos han caído derribadas por las urnas el 10-N. Ambos partidos han perdido votos, y si no pueden formar Gobierno y vamos a una nuevas elecciones, perderán todavía más, y el PSOE encima con la losa de la corrupción, ejemplificada en el juicio de los ERE, cuya sentencia conocimos ayer. El próximo inquilino de la Moncloa, entonces, puede ser una persona de derechas.
Para evitarlo, Warren ha de permanecer allí atrincherado, con dos opciones. Una es la que vemos: el pacto con la ultraizquierda, que intentará navegar copiando a Felipe González, que tenía en el mismo gabinete a Solchaga y a Guerra —ahora serían Calviño e Iglesias, con Sánchez sobrevolando y cuidándonos a todos desde las alturas.
Si el presidente sospecha que este plan puede fracasar anticipadamente, siempre está el plan B, que es el contrario. Consiste en dejar que se pudra esta situación, y que un estadista Warren acabe escuchando los mensajes sensatos que hoy recorren medios, cenáculos y redes, urgiéndole a abandonar sus propósitos ultras, y a acordar alguna cosa menos delirante con la derecha.
No olvide, señora, que la solvencia que le preocupa a Warren es la suya. La de él.
¿Y que pasaría si su majestad el Rey de España, que tiene atribuciones sobradas para ello, decide no aceptar este conglomerado social-comunista-separatista por motivos de seguridad nacional y paz social?
No sé si «sobradas»…