Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, recurrirá a casi todas para impedir que aumente el número de trabajadoras que le asignen alguna responsabilidad en el desastre del paro.
La izquierda ha estado brillante con el camelo de que urge “derogar los aspectos más lesivos de la reforma laboral”. El mensaje es diáfano: lo que hizo el PP es lesivo para la clase obrera, porque nada bueno para los obreros vendrá nunca de la derecha. Pero, y aquí hay un giro genial, el PSOE, un partido serio y de Gobierno, no pretende liquidar por completo esa reforma. Incluso está dispuesto a mantener aspectos lesivos, cuando es evidente que si fueran todos lesivos, unos más y otros menos, habría que derogarlos efectivamente a todos.
La explicación de este lío es que ni los socialistas se creen que la libertad es mala para las trabajadoras. Es posible que en el fondo ni se lo crean los ultras de Podemos, Bildu o los sindicatos; quizá estén lastrados por casposas ideas antiliberales, pero no se atrevan a cambiarlas.
Los socialistas, en cambio, sin duda saben que la reforma laboral no fue mala, y que lo malo sería volver atrás. Y lo saben no solo por la patente razón de que Warren ha recurrido a los ERTEs, sino porque se lo dijeron economistas de izquierdas, y buena parte de los demás, junto con los organismos internacionales. La propia Unión Europea, como recuerda Mirentxu Arroqui en La Razón, aplaudió la reforma laboral de 2012 y no saludaría su derogación, precisamente cuando debate hoy el plan de reconstrucción, y cuando Merkel y Macron en su propuesta reclamaron “un compromiso claro por parte de los Estados miembros de aplicar políticas económicas sanas y un programa de reformas ambicioso”.
Ante este embrollo aparentemente sin salida, Warren ha estado realmente a la altura de su talento. Su solución consiste en hacer de todo, anunciar sin rubor una cosa y la contraria, decirle a todos que sí, y esperar a que escampe.
Por eso se atrevió a declarar que era perfectamente compatible el pacto con Bildu para derogar toda la reforma, con la posición de su propia vicepresidenta Calviño, que calificó la idea de absurda y nociva para el empleo. Y de ahí lo que vino después, con el “calviñista” ministro Escrivá hablando del imprescindible consenso, y la “iglesista” ministra Yolanda Díaz, proclamando en el Senado que por supuesto van a derogar la reforma laboral. Se rinde general pleitesía al “diálogo social”, cuando los supuestos dialogantes se enteran de las cosas por la prensa.
Para evitar que haya más trabajadoras que sospechen que quien es lesivo para el empleo es él, Warren Sánchez procurará refutar nada menos que a Abraham Lincoln, demostrando que sí se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.