Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, está volando todas las millas que puede, aleccionando a los europeos sobre Europa. Podría dejar de moverse tanto, y pensar en por qué será que el bagaje internacional de su Gobierno se desmorona por momentos. Igual es porque no todos los europeos están dispuestos a aceptar la vetusta concepción europea de Warren.
Esta concepción estriba en equiparar a Europa con un Estado tradicional, con una dinámica intervencionista y redistributiva, rumbo a un horizonte de oneroso crecimiento, como el de todos los Estados del mundo. Este esquema, propio del socialismo de todos los partidos, era hasta hoy ampliamente mayoritario. Y Warren sigue instalado en él: su prioridad nunca es la creación de riqueza sino la redistribución. En Europa, donde no están sus votantes, es un entusiasta de la redistribución, porque son otros los contribuyentes castigados por sus benéficos planes; asimismo, es un tenaz enemigo de los obstáculos que enfrenta el crecimiento sin freno del Estado europeo, especialmente la unanimidad en el voto igualitario de los Estados miembros.
Y de pronto, como en la película Sospechosos habituales, aquí están pasando cosas raras, como se enteró, porque lo sufrió en sus carnes, Nadia Calviño. Resulta que hay países que desconfían del crecimiento del Estado europeo, incluso ante la emergencia actual del coronavirus y una economía en caída libre.
No es un tema reducido a los aislacionistas del Brexit: incluso sin los británicos hay voces que se levantan en contra de más gasto y más impuestos a nivel europeo. Lógicamente, todos los medios se vuelven contra ellos, los llaman “frugales”, como si ahorrar fuera malo, o “halcones”, como si proteger al contribuyente fuera rapiñarlo.
Pero no solamente son cuatro países tan democráticos como nosotros, sino que además son pequeños, lo que debería suscitar la simpatía de la izquierda, y, para colmo, dos de ellos pertenecen a los paradigmáticos progresistas nórdicos: Holanda, Austria, Dinamarca y Suecia. A ellos, lógicamente, hay que sumar unas personas modestas, ignoradas siempre, que sistemáticamente han declarado su oposición al nuevo Estado europeo: los ciudadanos de Europa.
Warren tuvo que escuchar del holandés Mark Rutte un consejo tan sensato como “buscar una solución dentro de España y no en la Unión Europea”. Por algo lo detesta el Financial Times, que está abiertamente a favor de un Estado europeo más grande, con más gasto y más impuestos. Este debe ser el famoso liberalismo.
Las espadas están en alto, pero, si el pasado sirve de guía, es posible que en la próxima cumbre se logre un apaño en el último minuto.
En la medida en que Warren no consiga fastidiar mucho a los contribuyentes europeos, deberá entonces fastidiar aún más a los españoles, que son los que le pueden votar. O no.