Con su desopilante discurso de ayer, Warren Sánchez inauguró oficialmente una campaña electoral que, de hecho, ya dura ocho meses. La izquierda, diestra siempre en la propaganda, recuperará algo parecido a la imagen del dóberman, utilizada por el PSOE en las elecciones de 1996.
Al creerse naturalmente mejor para el pueblo que cualquier alternativa, la izquierda se desliza con facilidad hacia la ficción, o la mentira; lleva al máximo el mecanismo psicológico de la proyección, condenando en sus adversarios las mismas conductas que practica ella, pero que siempre considera que en ese caso son loables.
La política recurre a la movilización callejera. Pero si lo hace la izquierda, es el pueblo progresista quien legítimamente toma las calles para defender la democracia, el progreso y la libertad, y para plantear justas reivindicaciones. En cambio, si lo hace la derecha es siempre una minoría reaccionaria, un peligro antidemocrático, es la prueba de que la derecha sortea el Parlamento, en el que no cree, porque no cree en el diálogo sino en la confrontación.
Es decir, los mismos izquierdistas que llegaron a identificar a sus adversarios con unos perros, se llevarán las manos a la cabeza, advirtiendo del enorme riesgo de “la crispación”, que es algo que solo hace la derecha (ahora “las tres derechas”) cuando pierde el poder, a saber, optar por la bronca para recuperarlo. La izquierda, que parte de la dialéctica del conflicto, desde la lucha de clases hasta el enfrentamiento arriba/abajo o elites/pueblo, acusa a los demás de apelar al enfrentamiento.
Otro aspecto fantástico, literalmente, es la gran preocupación que fingen las izquierdas por las descalificaciones —¡cómo se puede llamar felón al presidente!—, que contrastarían con su supuesto lenguaje exquisito; o la falsificación de los hechos, o romper los consensos en políticas de Estado, o trasladar la política a la calle o a la prensa, o de utilizar cualquier arma para desgastar al rival. Incluso la izquierda, la gran creadora de impuestos y de paro, acusará a la derecha de poner en peligro la economía. Y, siempre, siempre, cuando llegan las elecciones la izquierda se presentará como moderada.
Eso sí, una cosa es la pericia propagandística y otra cosa es que siempre funcione. En 1996, de hecho, no les funcionó, y el PSOE perdió las elecciones generales y la presidencia del Gobierno.