Santiago Muñoz Machado recuerda en Hablamos la misma lengua que la Iglesia no impuso el castellano en América sino al contrario: los curas se afanaron en aprender las lenguas indígenas, para así extender mejor el cristianismo. Eso cambiaría con el choque Iglesia-Corona.
Las reformas borbónicas combinaron una liberalización comercial con la expansión del Estado, lo que se plasmó en la expulsión de los jesuitas, en más presión fiscal, y en que el aprendizaje de la lengua española, que había sido voluntario, pasó a ser forzoso. Y más forzoso sería después, cuando las repúblicas profundizaron el modelo francés con su consigna: “una nación, una lengua”.
Aquí tenemos las contradicciones de ese liberalismo, capaz de amparar y quebrantar la libertad al mismo tiempo, pero de hostigar siempre a las instituciones que le puedan hacer sombra al Estado en tanto que amparadoras o intermediarias entre el poder y sus súbditos. “También se ocupó el gobierno de Carlos III de seguir una política que ya habían iniciado sus predecesores, consistente en procurar el debilitamiento del poder de la Iglesia”.
La lengua, por tanto, se impone cuando el poder político comprende que se puede consolidar obligando a la gente a que hable español (igual que los nacionalistas de hogaño). Este proceso se acelera con las independencias, pero empieza antes, con el supuesto liberalismo borbónico. En todos los casos obedece a la misma lógica.
Con la independencia, las nuevas naciones repiten la contradicción fundamental. El liberalismo está unido, tanto en España como en América, a la idea de nación, que los liberales oponían a la monarquía absoluta. Pero en ambas orillas del Atlántico ese liberalismo se tradujo en Estados cada vez más grandes. Y en nuestros días hemos visto a políticos dispuestos a liberalizar la economía, pero también a favor de impuestos elevados y gastos redistributivos crecientes. Y, naturalmente, nadie piensa en lo remota que es la idea, que en realidad no tiene fundamento alguno, según la cual a los ciudadanos nos conviene que el Estado nos obligue a educarnos como él quiere.
Pasada la inquina de la independencia, los países americanos se fueron sintiendo más seguros, y afianzaron los lazos con la madre patria. La comunidad española en mi Argentina natal financió el bello monumento llamado “de los españoles” en la porteña Avenida del Libertador. Al pie se lee: “Uno mismo, el idioma”.