Gracias a Adán Expósito Serrano, compañero en Onda Cero, he podido leer Give me Liberty, que la periodista y escritora estadounidense Rose Wilder Lane publicó en 1936. Lane (1886–1968) fue una gran comunista, es decir, una comunista que dejó de serlo. De hecho, es considerada, junto a Ayn Rand e Isabel Paterson, una pionera del liberalismo en América del Norte.
En este libro, que titula evocando el célebre llamamiento de Patrick Henry de 1775, la autora reconoce que era comunista, y lo seguía siendo en 1919 cuando conoció al famoso John Reed. Rose creía que el comunismo era democrático, y que el mercado era una tiranía antidemocrática, que debía ser suprimida.
Pero fue a Rusia. “La revolución política redujo o destruyó el poder de los reyes, de modo que la gente común fue más libre de hacer lo que quería. Pero la revolución económica concentró el poder económico en las manos de los dirigentes, de modo que las vidas y el sustento de la gente volvieron a quedar sujetos a dictadores”. El control político de la economía comportaba el fin de los derechos humanos. “Lo que vi no fue la extensión de la libertad, sino la imposición de una dictadura sobre una base nueva, vastamente más extendida y más profunda”. La igualdad, el gran señuelo de los antiliberales desde la Revolución Francesa hasta hoy, era una enorme mentira bajo el nuevo despotismo ruso. “Cuando abandoné la Unión Soviética ya no era comunista, sino que creía en la libertad personal”.
Tras comparar el fascismo con el comunismo, por su fondo anti-individualista común, subraya que la libertad puede ser rechazada por muchos, que pueden preferir la seguridad de la servidumbre. Pero, aunque condena la vana ostentación de los ricos, se niega a aceptar el dogma socialista fundamental de la suma cero. Afirma, así, que la pobreza no es el resultado de la riqueza ni del capitalismo. Y, sobre todo, que la alternativa al capitalismo, que ella había visto con sus propios ojos, era muchísimo peor.
Señaló dos aspectos económicos en EE UU. En primer lugar, que allí el liberalismo no sólo había creado una gran prosperidad “sino que ha distribuido esas formas de riqueza de una manera sin precedentes y que no se ha producido en ninguna otra parte del mundo”. Aparte de refutar el camelo del supuesto daño que hacen los ricos en una economía libre, criticó otra estratagema del antiliberalismo: el abuso de las estadísticas alarmantes. Ya entonces se hablaba de las masas que vivían por debajo de la “línea de la pobreza”. Rose Lane fue a verlos, y concluyó: “debe haber millones de mujeres y hombres en este país que, sobre el papel, están necesitadas urgentemente de ayuda, pero que se ofenderían mortalmente si usted se lo dijera”. Eran los años 1930 y mucha gente padecía sin duda penalidades, pero en su mayoría estaban saliendo adelante con sus propios esfuerzos, esos esfuerzos que los antiliberales no consideran ni respetan jamás.