Según el secretario de Estado de la Seguridad Social, Octavio Granado, lo que revelan los datos de empleo conocidos ayer es “una leve desaceleración” de la economía española. Apenas una “ralentización” del ritmo de crecimiento. Los sindicatos, por su parte, señalaron que las cifras no eran “buenas”.
Ante esto caben tres apuntes: el sarcasmo, la objetividad y la tendencia.
El sarcasmo es la reacción natural cuando pensamos en qué habría pasado si estuviera gobernando hoy el Partido Popular. Y no hay que ser un lince para concluir que la izquierda y los sindicatos habrían puesto el grito en el cielo porque España destruye empleo por primera vez desde que salimos de la recesión en 2013, con la mayor pérdida de afiliados a la Seguridad Social en agosto desde hace diez años, y la mayor subida del paro desde 2011. ¿Se los imagina usted si en vez de estar en el poder estuvieran en la oposición? Dirá usted: todo depende del color del cristal con que se mira. Después de todo, también Pablo Iglesias hablaba del horrible estado de la sanidad pública por culpa de los recortes del PP, y ahora está feliz por cómo funciona, cuando le ha tocado a su propia familia ser atendida, y bien atendida, allí. En fin, dejemos el sarcasmo y pasemos a la objetividad.
Los puros datos indican que el lenguaje cauteloso de las autoridades se ajusta en cierto sentido a la realidad. Agosto es un mes malo para el empleo estacionalmente, aunque es cierto que las cifras son peores que antes. La estadística desestacionalizada de los afiliados marcó una subida, del 2,89 %, pero es el peor ritmo desde 2014. El paro se redujo en agosto en términos desestacionalizados, pero también es verdad que es el peor dato desde 2012. Hemos tenido, en resumen, una caída pequeña del desempleo en el mes de agosto. Y eso, de por sí, no tiene por qué ser malo. Lo malo podría ser la tendencia.
En efecto, tanto hablar de la crisis, y lo cierto es que la crisis quedó atrás en España hace al menos un lustro. El asunto, por consiguiente, no es la crisis pasada sino la futura. Eso es lo que convierte un tropiezo en una inquietud, porque puede acercarnos al abismo.
El marco internacional contiene abundantes elementos de incertidumbre, siendo la más reciente las turbulencias en los mercados emergentes, a las que hay que sumar las tensiones debidas a las subidas previstas de los tipos de interés en ambos lados del Atlántico.
En España tenemos un Gobierno con claros propósitos antiliberales, que quiere revertir la tímida apertura del mercado laboral realizada por el Gobierno anterior, y que negocia con los extremistas bolivarianos la mayor subida de impuestos de nuestra historia, en un contexto de una elevada deuda pública, y donde sectores económicos tan importantes como el turismo, demonizado por los podemitas, ha registrado un frenazo importante.
Este es el horizonte en el que hay que enmarcar los datos de ayer. Los tropiezos son malos, sin duda, pero lo realmente grave sería si fueran tropiezos hacia el abismo.