Se ha comparado la caída de Thomas Cook con el colapso de 2007, lo que es exagerado, en sus causas y en sus efectos. La crisis financiera fue provocada por el excesivo y erróneo intervencionismo en un sector ya muy intervenido por las autoridades, como es la banca. Y sus efectos fueron devastadores porque dichas autoridades pretendieron “resolver” el problema echándole gasolina al fuego, con subidas del gasto público y una política monetaria aún más expansiva.
Lo de Thomas Cook es diferente. Se trata de una empresa importante abocada a la desaparición. Pero hubo un tiempo en el que Panam era sinónimo de aviación comercial, IBM de ordenadores y Kodak de fotografía. El poder que tenían esos gigantes en sus respectivos mercados justificaba la sinonimia.
La desaparición de empresas, por tanto, es un fenómeno de mercado conocido, y entre sus causas destacan la falta de adaptación a un medio cambiante y una deficiente gestión. Así ha sucedido con Thomas Cook, aunque haya personas, como decía ayer el “Wall Street Journal”, que insisten en que no hay más que una causa: “como todo en el Reino Unido de estos tiempos, el cierre de Thomas Cook ha sido debatido a través del prisma del Brexit”. La propia empresa ha subrayado que los potenciales viajeros británicos difícilmente hayan podido verse entusiasmados por el ambiente de retracción del consumo y de depreciación de la libra, que ha predominado en los últimos años. Los enemigos del Brexit han secundado estos argumentos.
Sin embargo, el turismo británico no ha caído de manera apreciable: lo ha hecho, en cambio, el negocio de los paquetes turísticos, desafiado por las nuevas formas de viajar, con las plataformas online, Airbnb y las líneas aéreas de bajo coste. Esto no tiene que ver con el Brexit, y sí mucho que ver con los administradores de la compañía, que, como apuntó la columna Lex del “Financial Times”, llevan casi dos décadas equivocándose a la hora de seguir el ritmo cambiante del mercado. Esto llevó a pérdidas, a un endeudamiento creciente, y por fin a la inviabilidad de la empresa. Una vez que el gobierno británico se negó a rescatarla con dinero público, los acreedores dijeron basta.
Los efectos de la crisis de Tomas Cook serán a corto plazo muy negativos: “Golpe al turismo”, tituló ayer nuestro periódico. Y así será, en particular en las regiones que reciben más turistas británicos, como Baleares, Andalucía, y sobre todo Canarias que, como recordó ayer Inma Bermejo en estas páginas, comienza ahora su temporada alta. A medio plazo, en cambio, esto podrá compensarse mediante la acción de las empresas competidoras de Cook, de nuestros hoteleros, y de otras compañías aéreas y operadores turísticos. Una clave importante, como siempre, es que las autoridades ayuden, no con más dinero público ni subvenciones, sino con menos impuestos y menos trabas para que las empresas y los trabajadores puedan adaptarse mejor a los cambios, tanto favorables como adversos.