El profesor Juan Carlos Scannone, que influyó sobre Jorge Bergoglio, propone la “teología del pueblo como una modalidad argentina de la Teología de la Liberación”. Defiende el peronismo en “la interpretación positiva del populismo de Laclau”, que no es fascista sino “un fenómeno histórico original”. Repite este y otros tópicos peronistas, como la tercera posición entre capitalismo y socialismo, como si fueran males análogos. Concretamente, Scannone se opone al “iluminismo, tanto el liberal individualista como el socialista vanguardista”.
Este desconcierto promete, y la teóloga Emilce Cuda cumple, en su libro: Para leer a Francisco. Teología, ética y política, Buenos Aires, Manantial, 2016. Ya en la primera página nos habla del pueblo y su voz, “sus vivos y sus muertos, sus amigos y sus enemigos. Palabra que aparece como la última voz del planeta desenmascarando al demonio, oculto tras un capitalismo deshumanizado; religión opaca la del consumo”.
O sea que el problema del pueblo es, primero, la existencia de enemigos, principio fundamental de la mitología populista, y, segundo, el demonio capitalista y consumista, como si el anticapitalismo se hubiera caracterizado por ser angelical y haber promovido un consumo adecuado.
Otro aspecto llamativo es la idea de que la gente piensa según donde está. De ahí el “pensamiento local…producto de las luchas históricas por la liberación antes que por la libertad, distinción esta última que no es menor al momento de leer a Francisco”. Asegura que el Papa está en el “pensamiento nacional y popular”. Es de esperar que no, o al menos que no siga puntualmente estas consignas populistas que retratan la realidad como un drama que se agrava sin límites: “excluyendo millones de familias hasta los bordes de la dignidad humana. Por eso mismo se la denomina Teología de la Liberación, porque busca liberar hacia una vida buena a su pueblo”.
Nunca aclara qué significa eso, pero parece que la libertad “en las democracias participativas o populares latinoamericanas remite a liberación de la injusticia estructural…para unas (democracias) libertad es pensar, para otras es comer”. Esto es, el mensaje socialista de siempre, lo que la profesora corona invitando a una nueva lectura “reemplazando igualdad por pueblo, libertad por trabajo y justicia por misericordia”.
Es un mensaje inquietante en su devaluación de las personas. En efecto, la igualdad no es la del individuo, la igualdad liberal ante la ley, sino la igualdad colectivista del “pueblo”. Aún más inquietante, o al menos confuso, es identificar libertad con trabajo. Y confundir justicia con misericordia es moralizar la justicia invitando a la usurpación de cualquier derecho individual por razones éticas. De hecho, define la justicia como “un sistema distributivo y compensatorio, teniendo en cuenta las necesidades que generan las diferencias sociales y culturales”. La justicia, por tanto, no es su derecho de usted, señora, sino el de los demás sobre lo que es suyo de usted. Este libro abre horizontes, pero no son precisamente esperanzadores.
Por suerte creo que la influencia populista del Papa está muy limitada. Habrá que luchar con el intelecto, con las uñas y con los dientes, por la vigencia suprema de la libertad individual, es decir, el derecho del individuo sobre sí mismo, siendo su único límite el derecho ajeno.