La opinión más frecuente ayer era que la segunda gran subasta de crédito del BCE había frustrado las expectativas. Cabría preguntarse de quién, porque en estas últimas semanas la horquilla del olfato de los analistas se había ido ampliando de tal modo que al final los casi 130.000 millones de euros solicitados se ajustaron bastante bien al promedio de los diferentes pronósticos.
Recordemos de qué estamos hablando: es la segunda entrega del llamado programa TLTRO, que consiste en ocho subastas en las cuales el BCE se ofrece a conceder créditos muy baratos, al 0,15 %, a la banca a un plazo bastante largo, de cuatro años, pero siempre a condición de que el dinero sea prestado a ciudadanos particulares o a empresas. Quedan todavía seis subastas, siendo la próxima en enero, y se prevé que el proceso termine en dos años.
Como suele actuar cualquier burocracia, el BCE se blinda ante posibles fracasos: si todo sale bien, aplausos, si sale mal, se hace otra cosa, por ejemplo, QE, también a la espera de aplausos.
Lo que sucede, sin embargo, es que las economías no prosperan gracias a las alquimias monetarias de los bancos centrales, y la situación actual es de una banca mucho más saneada que antes, lo que es particularmente cierto en nuestro país, pero con una rentabilidad mejorable, márgenes apretados y un horizonte incierto en lo que a la evolución de la actividad económica se refiere. Esa actividad, y las expectativas sobre la misma, son la clave de la demanda de crédito por parte del sector privado.
Otra vez, esa demanda es superior a la de hace un año, pero la recuperación no es lo suficientemente dinámica como para animar a las empresas a endeudarse y a la banca a facilitárselo. Hasta enero, pues.
(Artículo publicado en La Razón.)