Un truco dialéctico muy utilizado por los socialistas de todas las tribus es apoyar su argumentación en fuentes que supuestamente se sitúan en sus antípodas. Lo hemos visto en tiempos recientes a propósito del Fondo Monetario Internacional, la OCDE, y el Banco Mundial, que han coincidido en lanzar mensajes de inquietud sobre la desigualdad. Entonces, los estatistas de todos los partidos nos los señalan y zanjan la discusión de esta manera: “¿Es que no lo veis? ¡Si hasta ellos mismos sostienen que hay que luchar contra las desigualdades! Y, evidentemente, el FMI, el BM y la OCDE no son sospechosos”.
El truco, claro está, es que sí son sospechosos, son tan sospechosos como los políticos, los grupos de presión y todos los que predican la urgente necesidad de “hacer algo” para evitar males abrumadores, entendiendo por “hacer algo” siempre lo mismo, a saber: recortar los derechos y libertades individuales en aras de la consecución de objetivos plausibles de carácter colectivo. En este caso, típicamente, subir los impuestos para “luchar” contra el tremendo mal de la desigualdad.
No abordaré en esta ocasión el argumento contra la desigualdad, su gravedad y su empeoramiento, que me parecen camelos, porque me interesa concentrarme en el tema de los “no sospechosos”. La idea predominante es que el FMI, el BM y la OCDE han sido baluartes del mercado libre, el capitalismo, y el liberalismo, o “neoliberalismo”, defendiendo siempre con ardor la reducción de impuestos y de gastos, y en general el “desmantelamiento” del moderno y redistribuidor Estado “social”.
Es un mito. Nunca han sido así y nunca han sido un producto del mercado libre o el capitalismo. Se trata de burocracias fundadas por Estados, financiadas por los contribuyentes, nutridas por altos funcionarios, y que nunca se han apartado de los mensajes que dictan los políticos que allí mandan. Lo que sucede es que algunos de esos mensajes van cambiando con el tiempo, según cambien las circunstancias y las opiniones prevalecientes, y su impacto en la legitimidad política de los Estados. En la época actual los políticos de muchas tendencias, no sólo de la izquierda, han descubierto, o redescubierto, que la desigualdad es una bandera legitimadora de sus acciones, y los secundan unos grupos de interés, de empresarios, sindicatos, intelectuales, ONGs, etc. que por diversos motivos prefieren promover las agendas intervencionistas de los Estados.
Y por eso el FMI, la OCDE y el BM dicen ahora que es importante que los gobiernos “hagan algo” para frenar la desigualdad (o el cambio climático, otra bandera política relativamente reciente). No es que antes eran liberales y ahora no. No lo han sido nunca. Por ejemplo, jamás han propiciado la reducción apreciable de los impuestos, y nunca, nunca han recomendado lo que el liberalismo les podría haber aconsejado: su propia disolución.