Entre los muchos momentos lamentables del debate del lunes entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, y que dio la pauta de hasta qué punto el líder socialista puede recurrir a la demagogia, fue cuando aludió a “una señora de Valladolid” que había visto considerablemente disminuida su prestación de dependencia. Ignoro si es un caso real, ya está la prensa comprobándolo, pero supondré que sí. Sánchez la utilizó varias veces en el cara a cara, como si fuera una prueba irrefutable de la bondad de sus tesis y de la maldad del Gobierno responsable de dicho recorte.
A primera vista todo indica que Pedro Sánchez tiene razón: la señora de Valladolid recibía primero una suma determinada y después no, lo que sin duda alguna le ha provocado un perjuicio. La forma de resolverlo, naturalmente, sólo puede ser una: aumentar el gasto público para que dicha señora cobre lo que cobraba antes, o incluso más. No hay discusión posible: ¿o es que no ve usted a la señora de Valladolid?
Pero en economía las cosas son más complicadas de lo que parecen, como subrayó el vascofrancés Frédéric Bastiat a mediados del siglo XIX, en un ensayo titulado Lo que se ve y lo que no se ve. (http://www.hacer.org/pdf/seve.pdf).
La idea fundamental de Bastiat, con claras raíces smithianas, es que hay que atender a todos los aspectos de los fenómenos sociales, no sólo a los visibles. Esa es, por cierto, la lección que el periodista norteamericano Henry Hazlitt invita a aprender en su libro La economía en una lección (Unión Editorial).
En el Estado, al revés del mercado, los que cobran están desvinculados de los que pagan. Los primeros, asimismo, son visibles e identificables: de hecho, figuran en las estadísticas oficiales con nombres y apellidos en la medida en que reciben subvenciones, prestaciones, salarios, pensiones, etc. Pero así como en el mercado y la sociedad civil está claro quién cobra y también quién paga por qué cosa, y son relaciones económicas que brotan de contratos voluntarios, en el Estado no es así.
De hecho, Pedro Sánchez casi parecía dar a entender que eran los gobiernos, los políticos, las administraciones, los que pagan a la señora de Valladolid. Y, por supuesto, no es el caso. A esa señora, y a todos lo que cobran del sector público, les pagan otras personas concretas, a las que el poder fuerza a que le entreguen su dinero mediante impuestos y cotizaciones sociales.
Esas personas no se ven, pero existen, y las exacciones del poder ejercen sobre ellas consecuencias de diverso tipo, que tampoco se ven. Digamos, las subidas de impuestos necesarias para que aumenten las prestaciones pueden provocar que otra señora de Valladolid cobre menos o se quede sin empleo porque su empresa, con esa subida fiscal, ya no es viable o debe reducir personal o bajar los salarios. Y las reducciones del gasto pueden provocar que las personas cuyas prestaciones se ven reducidas consigan, ellas o sus familiares más cercanos que de ellas se ocupan, mejores empleos o cobren salarios mayores. Estos efectos existen realmente, y Pedro Sánchez, que para más inri es economista, debería saber que no se puede hablar de los indudables efectos positivos del mayor gasto ignorando sus también indudables efectos negativos.
(Artículo publicado en La Razón.)