Hace un tiempo, cuando murió Federico Luppi, hubo grandes elogios hacia su labor profesional, con razón, porque fue un gran actor. Pero otra cosa llamó mi atención: su dimensión política. Un crítico de cine lo llamó “el viejo sindicalista y romántico”. Dijo Pablo Iglesias: “Pocos actores supieron tocar las conciencias como él. Que la tierra te sea leve, maestro”.
Leí también que Luppi es “el argentino que queremos ser”. No lo tengo claro, considerando que agredió a periodistas, e insultó a destacadas mujeres argentinas, como Mirtha Legrand y Susana Giménez. Y llamó “pelotudo” (en la Argentina es imbécil) a Ricardo Darín, porque éste criticó la corrupción del régimen kirchnerista.
También se dijo que Luppi “amó el sueño de otro mundo más justo”. Pero nunca quedó claro que lo amaba, porque apoyó los gobiernos de la izquierda, y despotricó contra los demás. Eso no es una apuesta evidente por la justicia.
También leí el emocionado testimonio de otro gran actor, Juan Diego Botto, que habló de Luppi como “una mente lúcida que quería, desde las entrañas, habitar un mundo más justo, más digno, más solidario. Un mundo que no estuviera gobernado por el principio de la ganancia, sino por el principio de la solidaridad y la fraternidad”.
Estoy es cuestionable, porque sabemos que aquellos lugares donde se limitó o extirpó el “principio de la ganancia”, es decir, donde se aplicó el socialismo en sus diversas variantes, no se caracterizaron por la justicia, la dignidad y la solidaridad, sino por lo contrario.
Es verdad que Luppi fue enemigo de la dictadura militar argentina, y ayudó a las familias de las víctimas, como la del propio Botto, y otros exiliados. Esto debe ser aplaudido, sin duda, aunque no siempre los enemigos de las dictaduras lo son de todas ellas. Por ejemplo, las Madres de la Plaza de Mayo, ejemplares en su oposición a los “milicos”, respaldaron la violencia de los terroristas, los de antes y los de después, y la señora Hebe de Bonafini, el 11 de septiembre de 2001, cuando miles de trabajadores fueron asesinados en las Torres Gemelas, afirmó que para ella había sido un día “muy feliz”.
Da la sensación, por tanto, de que los elogios al señor Luppi no se habría producido igual si no hubiera sido un icono de la izquierda.