No vayamos a creer que sólo en España la política distrae con enfrentamientos sobre la impropiedad de los símbolos. En la Universidad de Oxford ha tenido lugar una intensa polémica sobre qué hacer con la estatua de Sir Cecil John Rhodes (1853–1902), el empresario, colonizador y político británico, que fundó el país que a su muerte llevaría su nombre: Rodesia, cuyo territorio está actualmente dividido entre Zambia y Zimbabue.
El movimiento sudafricano Rhodes Must Fall reclamó destruir su estatua de la Hight Street de Oxford, acusando a Rhodes de colonialista y racista. Finalmente, el Oriel College resolvió dejarla en su sitio, con este comunicado: “El College cree que la discusión reciente ha subrayado que la presencia continuada de estos testimonios históricos representa un recuerdo importante de la complejidad de la historia y de los legados del colonialismo en el presente. Añadiendo el contexto, ayudamos a llamar la atención sobre esa historia, situar con justicia la dificultad del debate, y verificar nuestra misión educativa”.
Nigel Biggar, profesor en Oxford, dice en la revista Standpoint que lo notable no fue esa actitud de las autoridades de la Universidad, que es la correcta, sino como casi llegaron a destruir efectivamente la estatua, como en abril del año pasado lo hicieron en la Universidad de Ciudad del Cabo.
El profesor Peter Scott recuerda que estos movimientos iconoclastas están en auge en EE UU: en Yale quieren quitarle el nombre de John Calhoun a uno de sus Colleges, y en Princeton el de Woodrow Wilson a la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales. En ambos casos por “racismo”, una acusación sencilla de lanzar hoy, que ignora el pasado, pero que sirve para propósitos políticos del presente. Pensemos en la ridícula y exitosa campaña de nuestra izquierda que ha pretendido presentar la Guerra Civil como un simple enfrentamiento entre buenos y malos, en el que perdieron los buenos.
Se acusa a Rhodes de haber sido “el Hitler de Sudáfrica”. Pero no fue un racista, nunca creyó que los negros eran inferiores, y cuando estableció en su testamento las Becas Rhodes, otorgadas a partir de 1902, aclaró que se deberían conceder sin importar la raza de los becarios: el primer becario negro fue Alair Leroy Locke, en 1907. Nunca promovió el genocidio, ni explotó a los trabajadores nativos, ni los esclavizó, ni les arrebató las tierras.
No fue Hitler, pero tampoco San Francisco de Asís, y desde luego fue un imperialista. Pero derribar su estatua sin la más mínima consideración al contexto y a la historia es un dislate análogo al que representaría, por ejemplo, acabar con todos los símbolos de Lincoln en EE UU, porque el supuesto héroes antiesclavista estuvo dispuesto a mantener la esclavitud, pensó que los esclavos liberados no podrían integrarse en la sociedad blanca y apoyó planes para que fueran enviados a África o Sudamérica para crear colonias propias. Y qué habría que hacer con J.S.Mill y su justificación del despotismo sobre los bárbaros. Y con…
Totalmente de acuerdo Sr. Rodrgiuez Braun, la clave esta en «el conocimiento de la historia» y «el contexto» por desgracia, de ambas cosas, adolecen la mayoría de nuestra clase periodística, política e intelectual, especialmente de la izquierda.