Cuando el diputado populista, Iñigo Errejón, propuso en la negociación presupuestaria la jornada laboral de cuatro días, muchos lo despellejaron a cuenta de su experiencia de trabajo, como si la laboriosidad esforzada, brillante, fructífera y ejemplar, caracterizaran como norma a los políticos de todos los partidos.
Otros se solazaron en apuntar que la propuesta, compartida por Unidas Podemos, no salió adelante. Esto, sin embargo, no fue un fracaso, porque los socialistas quedaron bien, como gente moderada y centrista, y la ultraizquierda también quedó bien, jugando el papel populista de quien se afana más que nadie en el bienestar del pueblo. Warren Sánchez y el Gobierno en su conjunto, por su parte, también quedaron bien, porque los conflictos internos desvían la atención de su nefasta gestión sanitaria, económica y laboral.