Hace unos años, Luis Figueroa, director de Relaciones Públicas de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala, entrevistó a Guillermo M. Yeatts, empresario petrolero argentino, y veterano defensor del liberalismo. Su conversación (que puede verse aquí: https://goo.gl/UW1Inz) me hizo recordar la famosa escena de la película Gigante cuando el personaje que encarna James Dean descubre petróleo en sus tierras y se vuelve millonario.
En los países de América al sur del Río Grande, en cambio, si cualquier persona encuentra petróleo en su propiedad, el resultado sería exactamente el contrario al que vemos en la película: no sería una grandísima noticia sino una auténtica tragedia. Desde México hasta la Tierra del Fuego, los latinoamericanos se independizaron políticamente de España, pero optaron por seguir siendo dependientes de la legislación imperial en un importante límite de la propiedad, a saber, que todo lo que haya debajo de la tierra es del Estado. Esta norma, herencia colonial merced a la cual la corona española se volvió notablemente rica merced a las minas de oro y plata de América, se mantuvo tal cual después de la batalla de Ayacucho, y hasta hoy.
Por tanto, como señala Guillermo Yeatts, si se descubre petróleo en una finca privada en América Latina, el Estado puede usurpar las tierras que juzgue conveniente por razones de “utilidad pública”, o sea, utilidad de él. En esa usurpación se pueden provocar y se provocan cuantiosos daños para los infelices propietarios de la superficie.
De ahí el contraste que señala el empresario entre el negocio petrolero al norte y al sur del continente en su libro El robo del subsuelo (https://goo.gl/2ncYnM). Al revés de lo que parece, Estados Unidos no fue un país extraordinariamente adelantado en el negocio petrolero: Yeatts recuerda que, en la provincia de Jujuy, al noroeste de la Argentina, la explotación comenzó en 1865, apenas siete años después de su inicio en Pennsylvania. El retraso de América Latina en este campo no se debió a la escasez de empresarios con iniciativa, sino a un marco institucional hostil. Así, dice Yeatts, mientras de México al sur hubo pobreza en las zonas petroleras, y abusos políticos de todo tipo gracias a la propiedad pública del subsuelo, “en los Estados Unidos, la posibilidad de encontrar petróleo alimentó los sueños y la acción de miles de propietarios, inversores y exploradores independientes, llevando prosperidad a las zonas aparentemente más inhóspitas y desérticas”.
Como ya explicó Adam Smith hace casi dos siglos y medio, las instituciones cumplen un papel fundamental en el crecimiento económico, para bien y para mal. Si no hay propiedad privada, desaparecen los incentivos que tienen los empresarios y los trabajadores para producir más. En el caso del petróleo y el gas lo estamos viendo en estos últimos años, donde en América Latina, y también en España, los enemigos de la libertad impiden el desarrollo del fracking, que se ha podido desarrollar a grandes pasos en Estados Unidos.