El Brexit está rodeado de equívocos, empezando por el que afectó a las propias autoridades británicas, cuyas autoridades convocaron un referéndum en 2016, convencidas de que el pueblo respaldaría la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, y el 52 % de los votantes la rechazaron.
El equívoco siguiente consistió en sostener que esas personas que votaron en favor del Brexit no tenían buenas razones para hacerlo. Lo habían hecho animadas solo por ignorancia, engaño, antiliberalismo, fanatismo, racismo, nacionalismo aislacionista, xenofobia, etc.
Prácticamente nadie levantó la mano para matizar dicho consenso. Ni siquiera llamó la atención la coincidencia de la corrección política, que nunca reconoce que el pueblo puede hacer lo contrario de lo que prescriben los medios de comunicación, y a la vez acertar. Al ser eso imposible, la verdad oficial fue que los británicos no tenían buenas razones para votar el Brexit, como tampoco las tenían los norteamericanos para votar a Trump, o los brasileños para hacer lo propio con Bolsonaro, etc.
El paternalismo presente en esta posición es el acostumbrado en la izquierda, que siempre desconfía de la gente que no es fiel a sus consignas. Y es una posición endeble, puesto que sí hay razones para el Brexit que no caen dentro de los motivos estúpidos o siniestros que suelen atribuírsele.
Es razonable recelar del intervencionismo de los políticos y los burócratas de Bruselas, que en su mayoría son partidarios de subirle los impuestos a la gente, y de recortar sus derechos y libertades, por ejemplo, en nombre del medio ambiente. No son buenas las cesiones de soberanía si comportan más poder para quebrantar nuestros derechos. Está justificado el temor ante la generalización a escala europea de la regla de la mayoría para aprobar nuevos impuestos en la UE. Si el Estado de bienestar estableció a escala nacional en Europa la mayor presión fiscal del mundo, ¿sucederá algo distinto con un futuro Estado de bienestar europeo?
Por fin, otro equívoco tiene que ver con el catastrofismo ante el Brexit. Nadie admite que pueda salir bien. Y, sin embargo, esa opción no es descartable, si los británicos se van, pero se abren al mundo, y los políticos europeos deciden fastidiar menos a sus súbditos —no vaya a ser que se quieran marchar, y no solo por las malas razones.