El arbitrista, dice el DRAE, es: “Persona que inventa planes o proyectos disparatados para aliviar la Hacienda pública o remediar males políticos”. Criatura del siglo XVII, en su carácter peyorativo influyó la literatura, como ya estudió Jean Vilar. En su línea de investigación se inscribe un interesante trabajo de dos destacados profesores de la Complutense: Luis Perdices de Blas y John Reeder, “Quixotes, Don Juans, rogues and arbitristas in seventeenth century Castile”, Oekonomía, 2013 (http://goo.gl/76A4UO).
Los arbitristas, en su prédica en favor del trabajo productivo, atacaron la indolencia y esterilidad que responden a tres personajes arquetípicos de la literatura: los caballeros de provincias, los aristócratas urbanos y los pícaros que no hacían nada provechoso, o ni siquiera honrado. Precisamente en esos tres modelos se fijan Perdices de Blas y Reeder. Destaca Cervantes, que ridiculiza a los arbitristas por sus ideas absurdas en el Coloquio de los perros y la segunda parte del Quijote, como Quevedo los identifica con Judas en el Gobierno de Cristo. Y Tirso de Molina, con El burlador de Sevilla y convidado de piedra, un retrato del noble corrupto, mentiroso y abusador.
Y también los pícaros, como Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán; y Rinconete y Cortadillo, también cervantinos, y que también roban en Sevilla, organizados por el señor de Monipodio, pero sin ser políticos ni “agentes sociales”, que para ociosos, ladrones y para colmo cursis, nuestros contemporáneos.
(Artículo publicado en La Razón.)