Hace algún tiempo, José Antonio Marina provocó un gran escándalo al afirmar: “El buen maestro no puede cobrar lo mismo que el malo”.
En principio, esto debería ser perfectamente normal: desde las ingenieras hasta los albañiles, desde las cirujanas hasta los fontaneros, desde las ejecutivas hasta los camareros, los mejores profesionales en cada tipo de actividad no pueden cobrar lo mismo que los peores. ¿A qué tanto revuelo si aplicamos este razonamiento a los profesores?
Si atendemos a las explicaciones de los indignados ante la posibilidad de tratar a los docentes como al resto de los mortales, veremos que tienen que ver más con la organización de la educación pública que con el narcisismo propio de los docentes, a quienes conozco bien desde que empecé a dar clases en la Universidad en Buenos Aires en 1972. Este narcisismo lo doy por descontado, igual que la ignorancia y la arrogancia, características de nuestro gremio pero que no tienen que ver con el asunto en cuestión, que es, repito: ¿por qué no pueden cobrar los profesores buenos más que los malos?
Se dirá que no hay un criterio aceptable, porque las retribuciones de los mejores no pueden estar relacionadas ni con los resultados de los alumnos ni con los del centro sino con cada profesor en concreto. Esto, sin embargo, no tiene mucho sentido: en la educación privada están más o menos relacionados, lo mismo que en cualquier otro sector. Por supuesto que hay problemas de incentivos, de información, etc., pero también hay formas de sortearlos sin cerrar la puerta de entrada al debate sobre los salarios diferentes.
Aquí ya tenemos una primera pista de que el asunto fundamental es el sistema público. Como escribió en “Magisterio” Xavier Gisbert: “El mayor problema relacionado con el salario de los profesores españoles es que, a diferencia de lo que ocurre en otros países, la diferencia entre el salario inicial y el salario final es muy pequeña, y va generalmente asociada a la acumulación de trienios y sexenios, es decir, de antigüedad. El sistema educativo español carece de una escala salarial que permita una progresión económica en una carrera profesional”.
Pero la cuestión es quién fija esa escala, y para quiénes. Si no rompemos la estatización de la educación, al final es un problema que nunca se resuelve, y sólo adopta remedos del mercado, como los sexenios de investigación que permiten (más o menos, y con poca diferencia de sueldo) distinguir a los que más investigan, pero no a los que dan las mejores clases.
Con el actual sistema, donde pagan los contribuyentes y mandan los políticos, los burócratas y los propios profesores, el desenlace habitual es concluir que no puede haber profesores buenos y malos. Ah, y si hay profesores malos, desde luego no se los puede culpabilizar de nada ni pagarles menos que a los buenos. Y vuelta a empezar.
(Artículo publicado en La Razón.)