Cuando en estos tiempos electorales vemos el uso del dinero público como propaganda en España, y cuando, cruzando el charco, vemos que varios presidentes latinoamericanos promueven también un descarado culto a la personalidad, recordemos que el presidente de Costa Rica, Luis Guillermo Solís, decretó la prohibición de exhibir su retrato en las oficinas públicas, y de incluir su nombre en las placas inaugurales de obras públicas.
Según el decreto presidencial, las placas de todas las nuevas carreteras, puentes, hospitales y otros edificios públicos inaugurados durante su mandato, que finaliza en 2018, solo mencionarán el año en que fueron terminados. “Las obras públicas son del país, y no de un gobierno o funcionario en particular”, dijo Solís tras firmar el decreto, y añadió: “El culto a la imagen del presidente se acabó, por lo menos en mi gobierno”.
Esto debe ser motivo de satisfacción para los “ticos”, y los demás, con un matiz. Resulta que uno de los resultados de la politización es que los políticos pueden acumular poder sobre la base de pretender no serlo: es el caso, por no salirnos de América Latina, del uruguayo José Mujica. Esto no quiere decir que sean amigos de la libertad. De hecho, en el mundo socialista también se reprochó el “culto a la personalidad” en algunos casos (Stalin, Mao), pero eso ni significó criticar el socialismo, ni terminó con otros cultos a la personalidad (Ché Guevara, Castro, Chávez).
(Artículo publicado en La Razón.)