Podemos puede alcanzar el poder, una vez que ha probado ser capaz de horadar primero, lógicamente, los fundamentos de quienes más se le parecen, los comunistas, y de empatar o incluso superar en las encuestas a los siguientes similares, que son los socialistas. Como el abanico antiliberal incluye también a los nacionalistas, quedará sólo el PP (con Ciudadanos al alza y UPyD a la baja), que deberá enfrentarse a Podemos, o quizá a un eventual frente de izquierdas ante el que posiblemente caiga derrotado.
Sin embargo, en ese camino de anchas alamedas rumbo, otra vez, al hombre nuevo construido sobre la base de socavar los derechos y libertades del viejo, se yerguen dos obstáculos: la expectativa en España y la realidad en Grecia. En nuestro país Podemos es esperanza porque aún no ha gobernado, y su pasivo radica sólo en ell propio pasado imperfecto de sus dirigentes.
Lo de Grecia es muy diferente, porque allí los amigos de Podemos han dejado de ser expectativa para convertirse en realidad. Cuanto más catastrófica sea esa realidad, mayor será el coste político que deberán pagar los de Podemos por la felicidad que inundaba la cara de un Pablo Iglesias abrazado al candidato y ahora presidente del Gobierno heleno, Alexis Tsipras.
Si lo hacen pésimo los de Atenas, es inevitable que los potenciales votantes de Podemos frunzan el ceño. Y de momento el panorama es poco gratificante para las nuevas estrellas grecohispanas, porque el populismo antiliberal de Syriza está produciendo sus habituales consecuencias en términos de derrumbes bursátiles, fuga de capitales, sacudidas bancarias, etc.
Sin embargo, es posible que la situación mejore para Podemos, porque todos pueden aprender de sus errores. Así, los nuevos gobernantes griegos pueden seguir el manual del buen político, empezando con una cosa y terminando con otra, en este caso, un apaño con la Comisión Europea y el BCE, a los que también les puede convenir un arreglo que salve la cara de todos.
Si a eso sumamos que Podemos quizá no meta políticamente más la pata y no revele más descaradamente su odio a la libertad (digamos, dejar de hacer manifestaciones con banderas republicanas e imágenes del Ché Guevara), no es descartable que una moderación del populismo griego venga acompañada del mismo fenómeno en España. Iglesias, así, habría aprendido en cabeza propia y ajena, como hizo Felipe González con los disparates izquierdistas de Mitterrand hace tres décadas. Cabe recordar el inquietante desenlace: una vez que aprendió, se mantuvo catorce años en el poder.
(Artículo publicado en La Razón.)