Arremetió Pablo Iglesias en El Mundo contra las “élites transnacionales europeas vinculadas a poderes financieros capaces de dominar hegemónicamente la voluntad de cualquier Estado de la Unión, y no digamos ya uno del Sur”, y de imponer “límites a la soberanía popular que cristaliza en el Estado”. No por repetido este discurso es menos absurdo: las finanzas dependen del Estado, desde el papel moneda hasta la organización de la banca. Y los Estados no sólo no han visto su soberanía limitada sino que son ahora más grandes que nunca.
Pero puestos a inventar, empieza uno y ya no puede parar. Presentó el señor Iglesias a su grupo como “defensores de la soberanía y los derechos sociales” y de “una sociedad civil europea que reivindique las bases sociales y democráticas del sueño europeo que nos dejó el antifascismo”.
Ni se le ocurre defender la libertad de las personas concretas sino del poder político. De ahí el énfasis exclusivo en los derechos sociales, como si los individuales no existieran o su defensa no fuera digna de atención.
También es revelador que identifique el paraíso como un sueño europeo “antifascista”. El antifascismo fue muy plural, con lo que en realidad no quiere decir nada en términos estrictos, puesto que allí se agruparon, por ejemplo, liberales y comunistas, siendo estos últimos partidarios del sistema más criminal de la historia. Ante la opción de liberalismo o comunismo, sospecho que las preferencias de don Pablo no son dudosas.
(Artículo publicado en La Razón.)