Esa famosa canción de Serrat se refería a las diez de la noche, no de la mañana, pero de todas maneras la evoqué ayer a raíz de la carta de Puigdemont, y no solo para la hora sino por el engaño. Ahora bien, mientras que en la canción de Serrat hay quien engaña y quien es engañado, la política es más complicada porque las partes saben lo que hacen los demás, y deben planificar sus acciones considerando sus consecuencias y la reacción de los otros.
Rajoy le pidió a Puigdemont claridad, sabiendo que el presidente catalán no podía ser tajante. Si decía que declaró la independencia, le daba al Gobierno toda la legitimidad para activar el artículo 155; si decía que no, fracturaba el frente independentista.
Dijo entonces lo esperable: ni sí, ni no, pero lanzando los mensajes que le importan: no me apliquen el 155, no repriman “al pueblo y al Gobierno”, basta ya de “brutal violencia policial”, no me quiten el dinero, etc., y al final seguro que podemos “dialogar”.
El Gobierno jugó sus cartas con lógica: dijo que, como Puigdemnt no había contestado con nitidez, se entiende que su respuesta era positiva, con lo cual se le requiere para que revoque sus pasos y regrese a la senda constitucional con un plazo de tres días. Se lo aclaró Rajoy en su carta de respuesta de ayer.
La situación de repetirá posiblemente el jueves, y entonces empezarán los trámites para el 155. Dirá usted: pues ya está, es el final de esta aventura, con derrota nacionalista y gran victoria de Rajoy.
Sin embargo, como siempre, las cosas no están tan claras. Por parte de Puigdemont, le puede interesar llegar a un acuerdo que le represente una victoria política para él y su partido, que está en una tesitura delicada: la Esquerra ya ha dicho que no es necesario declarar la independencia, porque la han declarado los ciudadanos, mientras que la CUP, a través de Arran, ya está pidiendo la cabeza del president por haber incurrido en la peor de las vergüenzas para un radical: el “pactismo”. La CUP exigirá la proclamación inmediata de la república independiente de Cataluña.
El juego, lejos de estar cerrado, está completamente abierto. Pensemos sólo en dos incógnitas. Una es qué va a pasar en la calle en Cataluña: no hemos visto en realidad nada parecido a disturbios genuinos. La otra incógnita tiene que ver con unas nuevas elecciones autonómicas, tanto porque pueden brindar un resultado parecido al actual, con lo que todo empezaría de nuevo, como porque pueden resultar deslegitimadas si el bloque independentista decide sabotearlas, por ejemplo, absteniéndose. Y los empresarios siguen marchándose. Todo esto lo saben todos. Próxima parada, el jueves, poco antes de que den las diez.