El Plan Presupuestario 2020, que el Gobierno remitió ayer a la Comisión Europea, está cogido con alfileres, porque los políticos son así, y sobre todo en periodo electoral y cuando la economía se frena. En momentos como este refulge la irresponsabilidad de las autoridades, que se esfuerzan en cuadrar círculos imposibles, sacar pecho y acudir desesperadamente al mejor amigo del hombre: el chivo expiatorio.
En esas condiciones, la credibilidad oficial se derrumba. La previsión de crecimiento de 2,1 % este año y de 1,8 % el año próximo no es compartida por ninguna institución ni grupo de analistas. La ministra Calviño aseguró que todo va bien, y que estamos sorteando las dificultades mejor que los demás países de la eurozona —como si esto significara algo, como si no hubiésemos superado a la eurozona en 2007, justo antes de pegarnos un tortazo monumental.
Pero esto no lo admiten en Moncloa. El discurso oficial es que España tiene “un crecimiento más equilibrado y sano”, que el catastrofismo está fuera de lugar, y que si la economía cae es por culpa de Europa o de la revisión de la Contabilidad Nacional acometida hace poco por el INE.
La señora Calviño hizo unas declaraciones deliciosas donde dijo que todo iba bien, y después dijo que igual no van bien la industria, la agricultura, el turismo, etc. Y saludó al respetable asegurando que bajan el déficit y la deuda pública, lo que depende crucialmente de la estimación hinchada del PIB. Esta misma estimación está detrás del camelo fundamental que el Gobierno intenta colarnos por tierra, mar, y aire. A saber, que va a aumentar el gasto público, porque, como dijo Calviño, tiene “sensibilidad social”, pero en ningún caso va a subirnos los impuestos.
La forma en que esto se expresa en el documento enviado a Bruselas es bien bonita: “El Plan contempla un escenario inercial, que no incluye medidas de ingresos adicionales”. Esto puede ser falso o ser mentira. Es falso si la actividad cae más de lo previsto por el Gobierno. Y es mentira si finalmente se cumple lo anunciado el viernes por la ministra de Hacienda, otra brillante joya del gabinete, en el sentido de la aprobación de la tasa Google, que, por supuesto, no va a pagar Google sino usted, señora.
Porque si los planes pueden estar cogidos con alfileres, los círculos, como usted sabe, solo se cuadran a martillazos.