Cuenta The Economist esta semana que si los datos de julio son positivos, Estados Unidos acumulará 121 meses consecutivos de crecimiento económico. Es el período de expansión más prolongado desde 1854. Dirá usted: pues, bendito sea Dios. Sea siempre bendito, desde luego, pero lo inquietante es que se hable al mismo tiempo de auge y de estímulos.
Esta peligrosa coincidencia fue también noticia en los últimos días. La prensa económica internacional incurrió en la retórica habitual, y anunció que los bancos centrales, “preocupados por la desaceleración del crecimiento y los conflictos comerciales”, se aprestan a “inyectar” nuevos “estímulos”. Además, esto sucederá al parecer en ambas orillas del Atlántico, porque el Banco Central Europeo seguirá la política de la Reserva Federal norteamericana.
Pero en economía no hay milagros ni alquimias, y la economía no es una persona que pueda ser recuperada y animada con inyecciones estimulantes. Es más, resulta dudoso que los bancos centrales sean esas entidades benévolas que con tanto éxito político y mediático dicen ser. Si expanden el crédito rebajando artificialmente el tipo de interés, eso promueve el endeudamiento, pero con el riesgo de desincentivar el ahorro y fomentar las malas inversiones, como vimos cuando explotó la última burbuja.
La pretendida magia de las políticas monetarias expansivas no es más que un mito, y, en todo caso, sus efectos pretendidamente positivos nunca son perdurables, como recordó George Melloan en el “Wall Street Journal”, citando un informe del Banco Internacional de Pagos de Basilea: “la política monetaria ya no puede ser el motor principal del crecimiento económico, y se necesitan otras palancas políticas para garantizar que la economía global alcance un dinamismo sostenible”.
Los gobiernos insisten en que la expansión monetaria es la solución, y, por ejemplo, en el caso de Obama, durante su administración el tipo de interés fue cero durante seis años y medio, mientras que el balance de la Reserva Federal se cuadruplicaba. Melloan recuerda que tras esas drásticas medidas el crecimiento medio entre 2010 y 2017 fue del 2,2 %, bastante inferior a la media histórica del 3 %: “Los bajos tipos de interés ciertamente estimulan los préstamos, pero eso no es sinónimo de crecimiento económico. De hecho, puede significar lo contrario”. Y el crecimiento fue bastante bajo, aunque la deuda de EE UU llegó a superar los 22 billones de dólares.
En cuanto al otro argumento de los expansionistas, como Trump, de que los países ganan competitividad cuando los bancos centrales deprecian su divisa, es un antiguo camelo, bien conocido en mi Argentina natal. La devaluación hace que los exportadores cobren más en moneda local, pero no enriquece la economía ni la vuelve más competitiva, porque la devaluación aumenta también los costes, empezando obviamente por los de los bienes importados. Desconfiemos, en suma, de los peligrosos estímulos monetarios, y no nos felicitemos porque el mundo esté inundado de deudas.