Paulita Naródnika, farmacéutica

Paulita Naródnika, lideresa del populismo vernáculo, entrevistada en elDiario.es, subrayó la necesidad de “apostar por lo público” y aclaró: “no me temblaría el pulso” a la hora de “hacer nacionalizaciones” en la industria farmacéutica.

Fue previsible también en otros aspectos: insistir en que ella es solo víctima en el caso Dina; arrojar sospechas sobre la justicia;  echarle la culpa al “poder mediático” (es decir, lo que no controla); amenazar a los medios en nombre de la democracia, el derecho a la información y hasta del liberalismo; fingir ser la valedora de los pensionistas; asegurar seriamente que “va siendo mayoritario” el apoyo a una república; o incluso alarmarse ante las residencias de ancianos, “gravísimo”, como si ella no hubiese tenido responsabilidad alguna en la cuestión, y todo se debiera a la malvada “privatización”.

Allí es cuando la vicepresidenta Naródnika, revistiéndose de pura abnegación, emprende el habitual ataque colectivista contra la gente, simulando dirigirlo contra las empresas, y planteando la salida utópica totalitaria.

Primer acto: “cuando hay que defender la vida, el resto de las consideraciones son secundarias”, como si su papel en la nefasta gestión de la pandemia fuera inexistente. Segundo acto: “El interés de ninguna empresa farmacéutica puede estar por encima del interés general”. Esto remite a la antigua falacia comunista y fascista, conforme a la cual el interés general nunca es decidido por la generalidad de los ciudadanos, sino por el Estado en su nombre. Tercer acto: “en España tendría que haber más empresas públicas. Apostar por lo público, en algo tan serio como la salud, se ha revelado como una necesidad. Es terrible que haya compañías privadas que nos puedan decir hasta dónde llegan y hasta dónde no en función del dinero”. Como si las empresas públicas fueran por naturaleza ejemplares servidoras de lo público, y como si el dinero no contara para ellas, como si no se lo arrebataran por la fuerza a las trabajadoras, al revés que las empresas privadas en el mercado. Cuarto acto: nacionalizar las farmacéuticas es valiente “para asegurar el derecho a la salud”, como si no hubiera experiencia suficiente sobre los costes e ineficiencias que la economía nacionalizada descarga sobre el pueblo. Por fin, el quinto y emocionante acto final, donde la heroína, humana ella, explica sus limitaciones, por si el paraíso se revela inalcanzable: “yo lo que tengo son 35 diputados”.