El progreso económico de personas y empresas es descrito a veces con palabras como meritocracia o movilidad o incluso ascensor social, que pueden dar pie a la confusión.
En nuestra lengua, “meritocracia” tiene sobre todo un sentido político: “Sistema de gobierno en que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales”. La política no es así, y muchos prosperan en ese ámbito por deméritos, como la obsecuencia o la falta de escrúpulos. Los méritos funcionan mejor en la sociedad civil, por una razón elemental: si los empresarios, profesionales o trabajadores, no hacen bien su tarea, corren el riesgo, más pronto que tarde, de ser reemplazados por otros que sí lo hagan. Esa competencia nos presiona a todos los que vivimos fuera de la política a realizar bien nuestro trabajo. El contraste con el mundo político es patente, porque allí hemos visto labores deficientes que no han sido prontamente castigadas por los votantes.