El final del liberalismo ha sido augurado desde que empezó. Mientras los experimentos antiliberales se derrumban irremisiblemente, como el Muro de Berlín, y la socialdemocracia enseña grietas cada vez más visibles, y suscita rechazos cada vez más nítidos, los maître à penser de la izquierda nos juran por sus sacrosantos ideales progresistas que ahora, ahora sí, ahora sí que el liberalismo está realmente acabado.