Los banqueros centrales tienen la mejor prensa de las autoridades políticas. En su inminente retirada, Mario Draghi ha sido jaleado como el salvador del euro, porque bajó los tipos en casi una veintena de oportunidades y compró más de 2,5 billones de euros en deuda pública y privada. A esta imagen se le añade otra, y es que ha hecho todo lo que ha podido. Ahora le toca el turno a los gobiernos: que apliquen ellos más estímulos, si pueden.
No sabemos si Draghi salvó el euro, porque ignoramos qué habría sucedido de haber aplicado una política menos expansiva. Lo que sí sabemos es el resultado de esa política. Rebajó tanto los tipos que los gobiernos han podido gastar y endeudarse más, pero a la vez el peso de la deuda sobre el PIB ha podido mantenerse o incluso disminuir. Es como jugar al póker y ganar: la economía crece, aumenta la recaudación, y se contienen el déficit y la deuda.
¿Cuál es el problema aquí? Pues que en economía no hay milagros. Una política monetaria expansiva puede tener efectos positivos sobre la actividad a corto plazo, pero también introduce al menos dos tipos de distorsiones. Por un lado, al reducir artificialmente el tipo de interés, desanima el ahorro y anima la inversión, pero también se lanzan señales confusas, que fomentan la inversión equivocada, y se inflan burbujas financieras. El otro tipo de distorsión es la que acabamos de mencionar sobre la política fiscal: los bancos centrales tienen como prioridad ayudar a los Estados, que para eso los inventaron. Esa ayuda significa que los Gobiernos pueden retrasar las medidas de ajuste del gasto, porque pueden endeudarse.
Al final, la fiesta termina, porque los estímulos se agotan, y dejan una economía languideciente y sobre-endeudada. En España la deuda pública sobre el PIB era inferior al 60 % en 2007, y ahora ronda el 100 %. En el resto de Europa la historia no es muy diferente: la deuda pública no llegaba al 60 % del PIB de la eurozona en 2007, y hoy es del 80 %.
Ante la próxima crisis, que vendrá, los banqueros centrales dirán, como Draghi, que harán lo necesario y suficiente para salvarnos. Y seguirán expandiendo el crédito porque la economía seguirá “vulnerable”. Y nos dejarán aún más vulnerables después. De momento, el balance del BCE bajo Draghi es del 40 % del PIB de la eurozona, el doble de la Reserva Federal.
Christine Lagarde fue premiada con la presidencia del BCE después de una carrera deficiente —su último logro fue el oneroso préstamo del FMI a las dispendiosas autoridades de mi Argentina natal. Ella tiene prioridades para el BCE, como informó ayer LA RAZÓN: “actuar sobre la cultura de la entidad, para poner más énfasis en la igualdad de género y la acción sobre la cuestión climática”. Muy bien, doña Christine, eso es justo lo que necesitamos.