El artista norteamericano Paul McCarthy declaró a El País: “Hay una línea recta que va de Hitler a Walt Disney. Ambos fueron, literalmente, arquitectos de sueños malignos…Personajes como Blancanieves, el Pato Donald o Mickey Mouse tienen un trasfondo maligno”. Apunta Eduardo Lago que McCarthy es “uno de los artistas más complejos de nuestro tiempo”.
La complejidad de la naturaleza humana no es precisamente un invento moderno, y los artistas la han recogido y recreado desde la Antigua Grecia. Las historias para niños han sido analizadas por la psicología, como sucedió con el recientemente muy cuestionado Bruno Bettelheim. En el caso concreto de Disney, sabemos que utilizó sus personajes de manera explícita para apoyar las campañas de recaudación fiscal en EE UU, y también las de alistamiento en el ejército.
Pero no son estas consideraciones el objeto de la atención de este artista, que denuncia que “Disney es responsable del infierno consumista en que vivimos”. Ahí es nada.
Se inscribe, por tanto, en la línea de Para leer al Pato Donald, gansada marxista de 1972, en la que Ariel Dorfman y Armand Mattelart acusaban a Disney de cómplice de la siniestra clase dominante. Con razón son llamados en el Manual del perfecto idiota latinoamericano “los Abbot y Costello de la lingüística…¿Por qué encajó este libro tan perfectamente en la biblioteca predilecta del idiota latinoamericano? Porque está escrito en clave paranoica, y no hay nada que excite más la imaginación de nuestros idiotas que creerse el objeto de una conspiración internacional encaminada a subyugarlos…exactamente igual podían haber hecho una lectura ideológica de Mafalda…acusando de paso a Quino de ser agente de la CÍA, dado que su heroína ni una sola vez denuncia la presencia americana en el Canal de Panamá. ¿Qué saldría de una lectura revolucionaria y marxista de la Bella Durmiente o de La Caperucita Roja? ¿No hay en esa abuela comilona y desalmada que lanza a la niña a los peligros del bosque una demostración palpable de la peor moral burguesa? ¿Cómo se puede, ¡Dios!, ser tan idiota y no morir en el esfuerzo?”.
El esfuerzo de McCarthy se concreta en trabajos artísticos con nuestros fluidos: “la sangre es kétchup; el semen, mayonesa, y la mierda, chocolate. Son parte fundamental de mi trabajo, como las amputaciones”. También se esfuerza en descubrir las relaciones entre Disney y Hitler, porque a ambos les gustaban los Alpes bávaros y las ciudades de París y Berlín. En serio.
Comparte el desdén de los intelectuales hacia la gente corriente: “Nuestra existencia es absurda, pero lo aceptamos sin cuestionarnos nada”. Pero por suerte está este genio, que recreó La diligencia de Ford con Roland y Nancy Reagan, Jesucristo, María Magdalena y Adán y Eva: “Es mi manera de dar una bofetada a un sector muy característico de la derecha americana: la derecha religiosa”.
Dice Eduardo Lago: “McCarthy quiere que bajemos con él a las cloacas de lo sublime”. Cloacas, sin duda. Sublime, ya le gustaría.