La cifra de desempleados está cerca de caer por debajo de los tres millones, que es el menor registro de los últimos diez años. Con 19,4 millones, la afiliación a la Seguridad Social alcanza el segundo mejor dato de la serie, apenas detrás de julio de 2007, poco antes del derrumbe de la crisis.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce, y el paro tiene peros. Estamos en la mejor temporada del año para el empleo: primavera-verano, y en esta época siempre son buenos los registros en el sector servicios y la hostelería. La afiliación siempre ofrece buenos registros en mayo, incluso en los años más aciagos de la recesión.
Los datos desestacionalizados ofrecen una imagen bastante más sobria. Si se suma la incertidumbre por la desaceleración económica con la incertidumbre regulatoria, porque la izquierda ha insistido en que aspira a derogar la reforma laboral del PP, que seria una pésima noticia para los trabajadores, se puede explicar el aumento en la contratación temporal. Asimismo, la demagogia de Sánchez y los suyos se ha traducido en un aumento de la contratación en el sector público, que disfraza las cifras y augura dificultades futuras, junto con la nueva legislación laboral más restrictiva. Como destaca LA RAZÓN, la acentuación de la caída en la velocidad de la contratación indefinida, registrada desde comienzos de 2019, indica la desconfianza de las empresas en el futuro de la economía —lo que también se observa en los malos datos de los cotizantes autónomos.
De esta forma se entiende la evaluación de la situación en palabras del equipo de investigación del BBVA: “El crecimiento de la afiliación a la Seguridad Social perdió impulso en mayo”. La subida fue menor a la prevista, y la estacionalidad explicó buena parte de la reducción del paro el pasado mes.
En este contexto de ralentización del crecimiento interanual de la creación de empleo, el riesgo político es apreciable. En efecto, las autoridades pueden apoyarse en el brillo aparente de las cifras no solo, como decimos, para retroceder en la reforma laboral, dejando un mercado de trabajo menos flexible, y por tanto menos preparado para la época de vacas flacas, sino también para demorar la reforma de las pensiones, amparándose en la mejora de la ratio de cotizantes por pensionista.