Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, deberá probar que realmente las tiene frente a un nuevo fenómeno que ha obligado a ceder al presidente de Francia, nada menos: los llamados chalecos amarillos.
De momento, Warren simula amplios horizontes. Tituló la prensa gubernamental: “España promete descarbonizar su economía en la cumbre del clima. Sánchez plantea un plan de transición para las cuencas mineras”. O sea, quiere asegurarnos un planeta con aire puro, florecillas silvestres y peces de colores. Admite, eso sí, que los mineros se quedarán sin trabajo, pero él se ocupará de ellos. Y todo quedará bajo control en el paraíso progresista. ¿Verdad?
Pues allende los Pirineos, las protestas de los chalecos amarillos han dicho que no, han salido a la calle (eso que tanto les gusta a las izquierdas: el pueblo en la calle), y su revuelta ha provocado “una crisis social sin precedente en el país”, como publicó La Razón. Finalmente, el Gobierno de Macron anunció que posterga la nueva subida de los impuestos a los carburantes, que pensaba aplicar a partir de enero. “Ninguna tasa merece poner en peligro la unidad de la nación”, proclamó solemnemente el primer ministro, Édouard Philippe, por televisión. Naturalmente, mentía, porque lo que está en peligro no es la nación sino el Gobierno.
El abanico de reivindicaciones de los gilets jaunes es amplio y no solo incluye la protesta liberal en contra de los impuestos. Piden medidas intervencionistas, como la reducción por decreto del precio de la luz y el gas, el aumento del salario mínimo y la reimplantación del impuesto sobre las fortunas (el viejo sueño imposible de que solo una minoría acaudalada pague el moderno Estado de bienestar). Sobre la protesta se montó la ultraizquierda anticapitalista y la ultraderecha xenófoba.
Es un batiburrillo de consignas, pero lo que encendió la mecha fue la subida de impuestos, bajo la bandera de la lucha contra el clima, cuando, como recordó ayer el Wall Street Journal, Francia está relativamente descarbonizada. En efecto, sus emisiones per-cápita son la mitad de las de Alemania, gracias al gran demonio del ecologismo: la energía nuclear. Pero los políticos franceses siguieron adelante con su “transición ecológica” y, finalmente, Macron decidió subir los impuestos, especialmente al diésel para alinear su precio con el de la gasolina. Es decir, lo mismo que, a bombo y platillo, han anunciado Warren Sánchez y sus secuaces.
Dirán nuestro progres que Francia es un caso distinto. No lo sé, es posible. Pero lo que sí sabemos es que la indignación en contra de los impuestos ecológicos es patente en el país vecino, y en otros, como en Estados Unidos y Canadá.
Conviene no olvidar, asimismo, que las revueltas populares contra la fiscalidad forman parte de lucha de los pueblos por su libertad. Cuando los franceses celebran la Revolución de 1789 están celebrando la indignación porque los impuestos eran entonces elevados e injustos: los pagaba fundamentalmente el “Tercer Estado”, es decir, la población sin privilegios, mientras que el clero y la nobleza estaban exentos. Ahora los impuestos son mucho más onerosos que antes, y los paga la clase media. Que, de pronto, puede protestar.
Y, por fin, si Warren insiste en que todo esto no va con él, convendría que recordase que los tres partidos políticos que pueden desalojar del poder al socialismo en Andalucía, los tres prometieron bajar los impuestos.