Veo con La Razón la revista Qué me dices que recoge este titular en boca de Lolita: “Después de arruinarme no quiero negocios”. La artista formula esta reveladora declaración cuando le preguntan si quiere ser empresaria, concretamente si quiere ser productora teatral. Su notable respuesta completa fue la siguiente: “Después de arruinarme con la tienda de ropa, no pienso en negocios. Para producir hay que tener un colchón, que yo no tengo. Prefiero ser asalariada”.
Y tiene toda la razón. A pesar de lo que se nos dice con insistencia, los empresarios no tienen una vida fácil, ni viven cómodamente explotando a los trabajadores. En realidad, lo que hace el capitalismo es liberar a los trabajadores del riesgo que todo empresario genuino afronta. Veamos cómo lo hace.
La diferencia esencial entre el capitalista y el trabajador es una que acaba de descubrir Lolita: el empresario puede perder todo su capital, mientras que el trabajador no lo pierde prácticamente nunca del todo. Una ingeniera o un camarero pueden perder su empleo, pero su capital, aquel capital de cuyo rendimiento viven, el capital humano, lo conservan intacto. La ingeniera sigue siendo ingeniera, y puede ponerse a trabajar de inmediato en otra empresa. El camarero sigue conociendo perfectamente los gajes de su oficio, y puede utilizar su capital humano en otro lugar.
El empresario no. El empresario conserva su capital humano, sus conocimientos y destreza, como los trabajadores, pero el capital que ha invertido en su empresa se esfuma para siempre si el negocio se va al garete, como tantas veces sucede. Y como le sucedió a Lolita, que montó una tienda de ropa y se arruinó. Su “colchón” desapareció.
Podría intentar reconstruirlo. Por ejemplo, podría embarcarse en otra empresa con otros socios, que también aporten capital y se arriesguen junto con ella. Podría buscar préstamos bancarios. Pero no. Ella no quiere ser capitalista. Igual que, nótese, la mayoría de la población tampoco lo desea. Recordémoslo antes de criticar los beneficios de los capitalistas, que remuneran, precisamente, el mencionado riesgo de la pérdida completa del capital. Los beneficios nunca están garantizados, porque los empresarios, como los definió Richard Cantillon a comienzos del siglo XVIII, son aquellas personas que están seguras de lo que van a pagar pero no de lo que van a cobrar.
Y Lolita, como la mayoría de nosotros, ya no quiere afrontar esa incertidumbre. Ella, que ha sido capitalista, ahora prefiere ser asalariada. Es decir, prefiere esa situación que, según se nos asegura, es de humillante explotación. Qué cosa más curiosa: con toda su inteligencia, en pleno uso de sus facultades, una artista va y confiesa paladinamente que voluntariamente, sin coacción alguna, prefiere ser explotada. Esto es muy raro. El grueso de sus colegas del llamado mundo de la cultura igual podrían pensar un poco en lo que ha dicho la destacada actriz y cantante española antes de ponerse a despotricar contra el malvado capitalismo.
(Artículo publicado en La Razón.)