Gracias a Rafa Latorre, compañero de la “España que madruga” en Más de Uno de Onda Cero, he podido leer el libro de Emmanuel Carrère, Limónov, que publica Anagrama. Se trata de una excelente biografía novelada de Eduard Limónov, el escritor, poeta y político ruso, nacido en 1943.
Aparte del interés de su vida, que, efectivamente, parece una novela, y a pesar del rechazo que puede producir una persona tan extrema y cínica, el libro es apasionante por lo que cuenta del socialismo, y las circunstancias de la transición en Rusia del comunismo a la libertad.
El carácter criminal del socialismo “real” está fuera de duda. Como ha dicho el historiador Martin Malia: “El socialismo integral no es un ataque contra abusos específicos del capitalismo, sino contra la realidad. Es una tentativa de abolir el mundo real, un intento condenado a largo plazo, pero que durante un determinado período consigue crear un mundo surrealista definido por esta paradoja: la ineficacia, la penuria y la violencia se presentan como el bien supremo”. Los campos de concentración y los muertos de hambre empiezan con Lenin: “el gulag existe antes y después de Stalin, no es una enfermedad del sistema soviético sino su esencia y hasta su finalidad”.
La caída del Muro y el derrumbe del imperio soviético dio lugar al caos y a una supuesta liberalización que consiste en creer que el “mercado” es comprar y vender, y no las instituciones que lo amparan en paz, justicia y libertad. El ex primer ministro Yegor Gaidar se justificó años después ante un periodista: “no elegimos entre una transición ideal y una transición criminalizada. La elección era entre una elección criminalizada y la Guerra civil”.
Por dudoso que esto parezca, varias cosas parecen claras. Una es el heroísmo de los disidentes. Hay que tener, en efecto, mucho valor para defender la libertad bajo el comunismo, el sistema político más brutal de la historia.
Pero eso es difícil que lo reconozcan los comunistas, incluso allí donde los pueblos han padecido el comunismo. De ahí el interés de la parte final del libro, donde Limónov defiende una idea de Putin atractiva para muchos rusos “que lloran la época de la igualdad en la pobreza”. No se les puede decir a los rusos que setenta años han sido un espanto, porque el comunismo en el fondo es bueno, no como el nazismo. Esta mentira subyace al éxito de Putin.
Así se entiende la tensión que el nacionalismo mezclado con el socialismo de Limónov ha suscitado en su Rusia natal. En 2007, el novelista suizo Christian Kracht le escribió al empresario norteamericano David Woodard: “Solzhenitsyn ha descrito a Limónov como ‘un pequeño insecto que se dedica a relatar pornografía’, mientras que Limónov retrató a Solzhenitsyn como un traidor a su patria que había contribuido al derrumbe de la Unión Soviética”.